
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Fortalece, estimula y refresca el cuerpo y la mente”, anunciaba la pieza publicitaria junto al retrato de una de las personalidades que avalaban el producto. Su Santidad, el papa León XIII, apreciaba tanto la bebida que enalteció a su inventor, el farmaceuta corso Angelo Mariani, con una medalla de oro con la efigie del emperador Augusto. Además del testimonio de uno de los papas más prolíficos de la historia (de las 300 encíclicas papales, León XIII escribió 88), las campañas internacionales del Vin Mariani incluían testimonios de celebridades como Sarah Bernhardt, Thomas Edison, Jules Verne, H. G. Wells y Émile Zola, y hasta del presidente de los Estados Unidos, William McKinley. El secreto del tónico es la razón por la que no podrá encontrarlo tras leer estas líneas: seis miligramos de cocaína por cada litro.
A Mariani se le ocurrió preparar un vino enriquecido con hojas de coca tras leer la obra en que el fisiólogo Paolo Mantegazza describía los efectos estimulantes de la planta que había descubierto mientras ejercía la medicina en Paraguay y Argentina. “Me burlé de los pobres mortales condenados a vivir en este valle de lágrimas, mientras yo, llevado por las alas de dos hojas de coca, volaba a través de los espacios de 77.438 palabras, cada una más espléndida que la anterior...”, escribió el doctor que, como miembro Senado de la República Italiana, defendió férreamente sus ideas sobre la superioridad racial de los europeos y la práctica de la cirugía experimental en organismos vivos (ambas refutadas por la ciencia moderna).
Mariani preparaba su bebida con vino de Burdeos, cuyo contenido de etanol servía como solvente para extraer la cocaína de hojas de coca maceradas. El Vin Tonique Mariani comenzó a comercializarse hacia 1863 y se popularizó en países industrializados como tonificante y tratamiento médico. Cuando el presidente Ulysses S. Grant completaba sus memorias tras la bancarrota financiera y con cáncer terminal de garganta, su médico le recetó Vin Mariani para aliviar el dolor y nutrirse cuando ya no podía comer. Falleció días después de terminar el libro (única memoria de un político que vale la pena leer, según Paul Auster) y, tras su publicación, se extendió el mito de la bebida que le había permitido ganarle la carrera a la muerte.
El inventor del Vin Mariani enviaba el producto a diversas celebridades que, con su testimonio, influenciaban a consumidores de distintos segmentos de la sociedad. Su popularidad fue tal que surgieron varios competidores, entre ellos el farmacéutico John S. Pemberton, con su vino enriquecido con nuez de cola africana, que, en su versión no alcohólica, se convirtió en la Coca-Cola. Sin embargo, la exitosa estrategia comercial fracasó con la prohibición del alcohol en los Estados Unidos y la difusión de los efectos adversos de la cocaína; desde la inquietud, la irritabilidad y la ansiedad hasta la muerte por paros respiratorios y cardíacos. En 1912, la Convención Internacional del Opio de La Haya señaló la cocaína y la heroína como sustancias nocivas, lo que llevó a su prohibición en muchas naciones.
Casi 110 años después, en junio de 2023, el gobierno de Bolivia solicitó formalmente a las Naciones Unidas que las hojas de coca fueran eliminadas de la lista de sustancias controladas. “No hay ni una pizca de evidencia científica que justifique la inclusión de la hoja de coca en esa lista”, replicó Laura Gil, entonces embajadora de Colombia en Viena, sede de la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas, donde nuestro país mantenía un vigoroso esfuerzo diplomático para descriminalizar la planta. Un comité de expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) no coincidió y, hace unos días, recomendó mantener la prohibición, dada la facilidad de sintetizar cocaína a partir de pasta de hojas de coca. Así naufraga una de las principales iniciativas internacionales del actual Gobierno y se nublan los sueños de que un producto milagroso, pero avalado por la investigación científica, transforme en dividendos legales el cultivo que consume a trozos los bosques y las comunidades de nuestro país.
