Los tulipanes florecen en primavera. A medida que suben las temperaturas y aumenta la luz diurna en los países templados, los bulbos empujan a través del suelo un brote del que emergen grandes flores con brillantes tonos de rojo, naranja, rosa, amarillo o un impecable color blanco. Algunas veces, los pétalos desarrollan rayas, vetas o plumas de diferentes colores formando un llamativo patrón. La historia de esos tulipanes “rotos” conjuga geopolítica y economía, pero también biología y matemática, combinadas para revelar el misterio de su origen hace apenas unas semanas.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Los tulipanes se asocian a los Países Bajos, hoy su principal productor mundial, pero provienen de Asia Central. Antes de llegar a Europa se admiraban en las cortes de Bizancio y entre los nobles del Imperio Otomano. Durante el siglo XVI, diplomáticos en la corte otomana los introdujeron en el norte de Europa, en donde se convirtieron en una mercancía muy apreciada, gestando lo que hoy se considera la primera burbuja especulativa de la historia. En la llamada manía de los tulipanes, los precios de algunos bulbos alcanzaron niveles extraordinariamente altos. Los más raros y codiciados eran los bizarden, con rayas amarillas o blancas sobre fondo rojo o púrpura. La gente comenzó a comerciar con bulbos como si fueran mercancías, no para cultivarlos, sino para obtener beneficios y los precios se desvincularon por completo de la realidad. Hacia 1636, algunos se vendían por más de 10 veces los ingresos anuales de un artesano cualificado. Un solo bulbo de la rara variedad Semper Augustus, violeta con vetas blancas, podía costar tanto como una lujosa casa con canal en Ámsterdam. Pero, en febrero de 1637, ya nadie estaba dispuesto a comprar tulipanes. Los precios se derrumbaron de la noche a la mañana. Los contratos perdieron su valor. Muchos inversores se arruinaron. Su suerte es una fábula del comportamiento irracional del mercado, donde la especulación supera al valor real.
Los tulipanes continuaron siendo una flor apreciada, aunque el origen de las vetas en sus pétalos siguió siendo desconocido. A finales de la década de 1920, Dorothy Cayley, una experta en hongos trabajando en el Centro de Horticultura John Innes, en Inglaterra, inició una serie de experimentos manipulando de bulbos de tulipán y descubrió que transfiriendo mecánicamente tejido de bulbos rotos a bulbos regulares, también se transfería la causa de la rotura de color. Al comprobar que el fenómeno se repetía incluso con cantidades ínfimas de tejido, concluyó correctamente que el patrón era provocado por un virus, aunque aún no era conocida su conexión con el patrón de color.
Hace unas semanas, investigadores de la Universidad de Alberta en Canadá demostraron por primera vez que el virus que provoca la rotura de los tulipanes inhibe la producción de los pigmentos que dan sus colores vivos a esas flores. “La planta quiere producir un pigmento y el virus quiere producir un virus. Y si el virus es muy fuerte, se apodera por completo de la maquinaria y ya no hay recursos para producir ninguna coloración”, comenta Thomas Hillen, líder del proyecto. El fenómeno microscópico se convierte en un patrón macroscópico siguiendo un modelo matemático ideado hacia 1951 por el informático Alan Turing, padre de la ciencia de la computación. El modelo de Turing, sumado a los modelos sobre las señales químicas que se producen dentro de un embrión en desarrollo, explican cómo se crea la inestabilidad en el tulipán que provoca que el virus se propague de forma desigual a medida que crecen los pétalos. ¿Y eso para qué sirve? pregunta el alumno en la parte de atrás del salón. Para entender cómo se propagan en las plantas virus que pueden arruinar nuestras fuentes de alimento, pero también para recordarnos que hay más cosas entre el cielo y en la tierra que las que a diario desfilan frente a nuestras narices.