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“¿Crees que acabas de caer de un cotero?”, dice riendo la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, en su discurso para la ceremonia de posesión de los comisionados de la Iniciativa de la Casa Blanca para el Fomento de la Igualdad Educativa, la Excelencia y las Oportunidades Económicas de los Hispanos, en mayo de 2023. “Existes en el contexto de todo lo que vives y de lo que vino antes que tú”, continuaba Harris, concluyendo su referencia al regaño preferido de su madre, la científica Shyamala Gopalan. ¿Qué es eso que vino antes que usted y le permite hacer lo que está haciendo en este momento?
Soy físico. En un sentido amplio, el origen de esa profesión en nuestro país se puede atribuir al sacerdote gaditano José Celestino Mutis. Además de idear y dirigir la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, Mutis fue el primero en atreverse a enseñar en nuestras tierras las leyes del movimiento enunciadas por Isaac Newton y el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, según la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico. De no haber sido por el apoyo del rey Carlos III, ese atrevimiento le habría costado una cita con la Santa Inquisición. Gracias a esa libertad, Mutis empleó el talento de naturalistas criollos como Sinforoso Mutis Consuegra, Jorge Tadeo Lozano y Francisco Antonio Zea, entre otros. Su tarea no era recoger piedritas y maticas para el virrey, sino hacer florecer las ideas de La Ilustración en nuestro territorio, ideas en las que se sustentó nuestra independencia. El más célebre de estos naturalistas es el payanés Francisco José de Caldas, quien en solitario y de manera autodidacta, descubrió que es posible determinar la altitud de cualquier punto sobre la superficie de la Tierra registrando la temperatura del agua hirviendo, e introdujo el sistema métrico decimal en la historia del Nuevo Reino de Granada.
Ese hilo de la tradición científica en Colombia no se extendió directamente hasta nuestros días. El 28 de octubre de 1816, durante la campaña de reconquista española, en la plazuela de San Francisco (hoy Parque Santander), las balas de un pelotón de fusilamiento abrieron el pecho de Caldas y extinguieron las ideas de quien hoy se honra con el título de “el sabio”. Ese hecho marcó el inicio de casi un siglo en que nuestra nación, desangrada y arruinada por guerras intestinas, tuvo poco tiempo para la física.
A principios del siglo XX, el ingeniero y matemático Julio Garavito Armero impulsó la reapertura de las universidades oficiales, clausuradas por la Guerra de los Mil Días, e ideó el plan para trazar los límites de las fronteras del país usando métodos astronómicos. La Oficina de Longitudes, bajo la dirección de Garavito, publicó mapas generales y regionales de Colombia, consolidando lo que hoy reconocemos como nuestro territorio. Lejos de ser un aristócrata en una torre de marfil, Garavito y otros físicos colombianos de hace un siglo estaban convencidos de que estudiar en nuestro territorio las ideas más avanzadas de la física no solamente consolidaba a nuestra nación ante el mundo, sino que hacía mejor la vida de sus habitantes. Limitados al contexto de su tiempo (que explica por qué en su inmensa mayoría eran hombres) y en las condiciones de nuestro país, sabían que la física, y las ciencias en general, no eran la solución a los problemas de hoy o los de mañana sino a los de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
El tiempo y la geopolítica les dieron la razón. Nuestro tiempo ha sido forjado por las aplicaciones de la energía nuclear, el uso de los transistores y los viajes espaciales, avances que salieron de un laboratorio de física. ¿Cómo se forman en Colombia hoy expertos y expertas en mecánica cuántica, relatividad general y otras ramas de la física que permiten esos descubrimientos revolucionarios? Ese es el tema de la siguiente entrega, pero les puedo anticipar: no cayeron de un árbol.

Por Juan Diego Soler
