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Ponerse la camiseta de Colombia

Juan Diego Soler

19 de julio de 2024 - 12:05 a. m.
“¿Cómo formar jugadores que puedan levantarse de un tropiezo? Esa es una pregunta para los dirigentes del fútbol”: Juan Diego Soler
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Tras el pitido final, Lucas, al igual que innumerables niños y niñas colombianos (y probablemente más de un adulto), estaba bañado en lágrimas. El gol de un delantero con nombre mapuche en el minuto 112 selló la victoria de Argentina en un partido atrasado por más de una hora, luego de que varios aficionados colombianos intentaran colarse en el estadio. La selección colombiana había perdido lo que muchos se apresuraron en llamar una final “ganable”. Con simpatía por sus lágrimas, que fueron las mías hace tres décadas, me pregunto si estas pueden enseñar algo más que frustración a quienes nacimos en un país con tanta ansiedad de reconocimiento internacional.

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Hace algunas semanas, Roger Federer, el mejor tenista del mundo durante 310 semanas (incluyendo un período de cuatro años y 199 días consecutivos) con 103 victorias en torneos profesionales), fue invitado a presidir la ceremonia de graduación del Dartmouth College. Su discurso es una radiografía de la mente de un atleta de élite fuera de los focos de la prensa. “En los 1.526 partidos individuales que jugué en mi carrera, gané casi ocho de cada diez. Pero, tengo una pregunta para todos ustedes. ¿Qué porcentaje de puntos creen que gané en esos partidos?” Solo el 54%. En otras palabras, incluso uno de los mejores tenistas de la historia ganó apenas un poco más de la mitad de los puntos que jugó. “Cuando se pierde uno de cada dos puntos, se aprende a no detenerse en cada golpe. La verdad es que, juegue a lo que se juegue, en la vida a veces se va a perder. Un punto, un partido, una temporada, un trabajo... es una montaña rusa, con muchos altibajos”.

En la última década, la selección masculina de fútbol de Argentina perdió tres finales, en la Copa Mundial de 2014 y en las ediciones de la Copa América de 2015 y 2016. Sobre el césped del Hard Rock Stadium había más de un jugador que había visto a otros levantar una copa que se le había escapado a la albiceleste como agua entre los dedos. Después de perder habían aprendido a ganar, algo que se suele confundir con la nobleza en la victoria, esa extraña virtud se exige en el rival y es opcional en el aliado. Pero nuestro desafío no es cambiar la forma en que eligen celebrar nuestros hermanos argentinos*. Nuestro reto es crear las condiciones para que sean más las finales que lleguemos a disputar más finales sin tener que esperar 23 años. ¿Cómo formar jugadores que puedan levantarse de un tropiezo? Esa es una pregunta para los dirigentes del fútbol (tal vez cuando resuelvan su deuda por agredir a los guardias de seguridad del estadio). La pregunta para el resto de nosotros es qué hacer con esos sentimientos de frustración ante un evento que, a pesar de su amplia difusión mediática y capacidad para despertar pasiones, tiene repercusión limitada en el bienestar de los colombianos. Es el momento de silenciar el radio y apagar la tele, recordar que la vida es más grande que la pantalla y el mundo es mucho más grande que la cancha de fútbol. Ya no está quien decía después de los partidos perdidos que “igual hay que despertarse a trabajar mañana para sacar al país adelante”. Hoy me lo digo a mí mismo y a quienes lloran la derrota. Aprendemos del compromiso de James, del entusiasmo de Rigo, la resiliencia de Caterine Ibargüen, la persistencia de Lorena Arenas y el coraje de Luisa Blanco. Pero poco significan las metáforas que brinda el deporte si se quedan guardadas en una pantalla. Hay que buscar nuestras propias finales y ayudar a quienes las buscan. A lo mejor no suceden en un estadio sino en una universidad, en un hospital o en un laboratorio. No pasan ante multitudes sino en el silencio del trabajo continuo. No hace falta que lleven encima la camiseta con el amarillo, azul y rojo. Esa puede llevarla cualquiera. El honor que significa portarla debe ganarse todos los días.

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*Después de enviada esta columna, circularon los vídeos con los cánticos racistas entonados por el equipo argentino en alusión a la selección de Francia, un hecho injustificable que debería acarrear una sanción de la FIFA, una organización que, en palabras de su presidente, “asume su responsabilidad para liderar la lucha contra la discriminación”. Ojalá sea en serio.

Por Juan Diego Soler

Doctor en Astronomía y Astrofísica en la Universidad de Toronto, Canadá. Investigador científico del Instituto de Astrofísica Espacial y Planetología en Roma, Italia. Autor de los libros “Relatos del confín del mundo (y el universo)” y “Lejos de casa”. Escribe sobre ciencia para El Espectador desde 2011.
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