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No me entusiasmaba la idea del viaje hasta que la costa apareció entre la niebla. Primero fue la visa, el aro por el que los colombianos tenemos que saltar para justificar nuestra presencia en otras latitudes. Después estaba la travesía, una combinación de trayectos en avión, tren y bus hacia un destino con un clima antipático y caprichoso. Cuando finalmente desembarqué en el aeropuerto de Dublín, el guardia fronterizo selló con amabilidad mi pasaporte, aunque parecía guardar sus dudas sobre alguien que afirmaba ir a una conferencia de astronomía, pero se negaba a adivinar su signo zodiacal.
Quienes se dedican a la astronomía, y otras disciplinas científicas, tienen que verse las caras de vez en cuando. Es pasando el tiempo juntos cuando se pueden comunicar los nuevos descubrimientos con amplitud y destilar en la conversación las ideas que no florecen en reuniones virtuales. Esta vez la cita era la reunión anual de la Sociedad Astronómica Europea (EAS) en Cork, la segunda ciudad de la República de Irlanda, y no podía escapar. Por primera vez era mi responsabilidad organizar una sesión en la mayor asamblea de la astronomía en Europa.
Lo mío es el medio interestelar, la materia que se extiende entre las estrellas, en donde las últimas noticias son las mediciones del observatorio espacial Gaia, que han permitido la construcción de modelos de la distribución del material tres mil años luz a la redonda desde nuestra posición en la Vía Láctea. Pero en Cork también se presentaba el Observatorio Vera C. Rubin, que la semana pasada deslumbró con sus primeras imágenes del cielo, los más recientes avances de la inteligencia artificial en el procesamiento de datos astronómicos y los adelantos del radiotelescopio SKA –abreviatura de Square Kilometre Array–, el más grande y más complejo telescopio construido para sondear el universo en ondas de radio. Pero entre esas y otras novedades profesionales tenía dos citas personales.
La primera fue con las astrónomas colombianas que, sin buscarlas, me encontraron y me llenaron de calor el corazón, aunque afuera la brisa arrastraba una lluvia menuda que empapaba hasta el pensamiento. Éramos nueve, pero deberíamos haber sido más, varios se quedaron sin la visa para entrar a Irlanda. El orgullo de su abrazo es doble, es el de un compatriota lejos de la patria y el de un colega que se admira.
La segunda fue con Antártica, cuando se me ocurrió llevar mi libro sobre la historia de ese continente (y mis aventuras allí) al pueblo de Annascaul, en el condado de Kerr. Quién iba a imaginar que tendría que seguir carreteras tan angostas y quebradas para llegar al South Pole Inn, el bar que abrió el marinero irlandés y héroe polar Tom Crean tras participar en tres grandes expediciones de la Era Heroica de la Exploración Antártica. La familia de Crean vendió el bar tras su fallecimiento en 1938, pero es aún un santuario de la exploración polar, aunque su nuevo dueño no saliera de su asombro al saber que yo había llegado desde tan lejos para visitarlo (y no tuviera ningún plan para regresar a Cork). Mientras un vecino generoso me conducía a la estación de bus, pregunté por las banderas de Palestina que se ven frente a muchas casas en Irlanda. En un país que intentaron matar de hambre no se puede olvidar a quienes ahora la sufren.
Astronomía, Antártica, Irlanda, Palestina, pasado, presente, hambre, guerra. No por estudiar el universo deja uno de vivir sobre la Tierra y entre sus habitantes. ¿Con qué palabras se conjuga la riqueza y el horror de vivir esta era de descubrimientos y crímenes que se creían extintos? “Sin duda, alguna revelación está al alcance de la mano; seguramente la Segunda Venida está cerca” escribió W. B. Yeats en tiempos turbulentos, tras el fin de la Gran Guerra y a las puertas de la Guerra de Independencia irlandesa. Pero son las palabras del también irlandés Seamus Heaney, consignadas en una columna del aeropuerto, las que me dan consuelo: “La historia dice: «No esperes nada de este lado de la tumba». Pero entonces, una vez en la vida, la ansiada marea de justicia puede levantarse, y la esperanza y la historia riman”. Y esperamos que rimen pronto.
