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Bajo tierra

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Juan Esteban Constain
03 de octubre de 2009 - 07:06 a. m.
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Las semanas que acaban de pasar estuvieron atravesadas por dos revelaciones científicas (y más de dos: el mundo no duerme y siempre habrá algún lugar en el que ya haya salido el sol; pero por lo menos dos)  de la mayor importancia.

Mientras, los colombianos hablábamos todavía de la consulta liberal y de Uribe y de Pardo y de Petro, obsesionados como estamos en reseñar cada esquina y cada recodo de nuestro ombligo. Y bueno: en eso consiste la vida, y cada quien se tiene que hacer cargo de lo suyo; tampoco es un pecado tener que vivir, ni comprar la leche para el desayuno. Lo que asombra es la furia de nuestras obsesiones,  su condición totalitaria: no hablamos aquí sino de la reelección (de sus desgracias, de su nece {si} dad, de sus deudos y sus beneficiarios, de los subsidios y sus reinas), y todo lo demás ya se fue al diablo: la cultura, la economía, la historia, la filosofía, la vida cotidiana, la religión, los niños, los viejos, la literatura, el campo.

En fin: estamos divididos sólo entre uribistas y sus detractores, y apenas quedan oídos para los insultos, las pasiones más primitivas y decimonónicas, el odio en todos sus colores, siempre y cuando se vierta sobre la política. Y así será hasta marzo, de los próximos 8 o 12 años.

Pero aún se mueve, el mundo que no duerme. Y en otras partes la gente, además de hacer política, también hace descubrimientos, y escribe libros (o los lee), y habla de cosas o se queda callada: ¡pero no está obsesionada con la reelección! Un grupo de científicos, por ejemplo, acaba de entregar en la Revista Science los resultados de sus 15 años de investigaciones sobre Ardi, un homínido que vivió hace 4.4 millones de años en lo que hoy es Etiopía, y cuyos rasgos han sido reveladores para la mejor comprensión de la cadena evolutiva de la especie. Y acá pocos hablaron del tema, tan insignificante, porque eso no se puede hasta que la Corte Constitucional empiece a estudiar la Ley del referendo. 

También la semana pasada, en Inglaterra, un arqueólogo aficionado descubrió el mayor tesoro anglosajón de la historia, y con él cosas que no sabíamos —o sabíamos a medias— de los pueblos germánicos que les arrebataron la Isla a los romanos, y cuya poesía es aún hoy, a pesar de su rudeza, uno de los más bellos testimonios del alma medieval.

Dice el poema anglosajón del Vagabundo (traduzco a capela, sin la aliteración), “la gente debería saber, lo triste que es desperdiciar el mundo”. Porque ser un primate o un bárbaro tiene mucho que ver con nuestras obsesiones.

 Envíe sus dudas históricas a   notastacitas@gmail.com

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