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El camino del Inca

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Juan Esteban Constain
18 de octubre de 2009 - 03:00 a. m.
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Pues además de haberse cumplido 517 años de lo que se suele llamar el descubrimiento de América –“América ya había sido descubierta varias veces antes de Colón, pero quienes lo hicieron callaron sabiamente”, decía Oscar Wilde–, hay otro aniversario americano al que no se le ha dado la debida importancia. Y la tiene por muchas razones.

En septiembre de 1609, hace 400 años y unos pocos días, apareció en Lisboa, con “licencia de la Santa Inquisición”, un libro extrañísimo y lleno de noticias asombrosas: la primera parte de los Comentarios Reales de los Incas, escrito por un peruano cuyo padre español, Sebastián Garcilaso de la Vega, había llegado con los conquistadores de México y Guatemala y que luego fue al Perú a la guerra contra el Inca, del cual obtuvo no sólo victorias y revueltas, sino también la mano de una princesa indígena, Isabel Chimpu Ocllo, con la que trajo al mundo al que podría ser el primer escritor verdaderamente americano: Gómez Suárez de Figueroa, el Inca. El Inca Garcilaso de la Vega.

Y poco se habla hoy de tan gran escritor, de su prosa impecable y riquísima, de su esfuerzo casi obsesivo por encontrar un método histórico que le permitiera decir, mientras contaba, dónde lo guiaban las memorias y los hechos, la verdad, y cuándo en sus relatos se mezclaba  la mano (y el premio) de la poesía.

La obra de Garcilaso de la Vega el Inca, en efecto, tiene un valor que excede con holgura su indudable grandeza literaria, y en ella no sólo encontramos la construcción de un discurso histórico lleno de astucias y de aciertos (claro: un discurso de su tiempo y de su mundo, con los rasgos y los defectos propios de ambos; el Inca no era ciertamente Hobsbawm ni Braudel, pero tampoco Pedro Mártir de Anglería), sino también la totalidad de eso que ya era el alma americana: sus conflictos, sus prejuicios, su indefinición por naturaleza, su capacidad fatal para adueñarse de todos sus elementos culturales sin sentirse heredera completa de ninguno. Sus complejos, sí, y un talento enorme para volverlos el motivo de obras desmesuradas y hermosas.

Varias veces he oído decir que el Inca Garcilaso fue una especie de precursor arquetípico del escritor americano, y que con él se inicia la tradición literaria por excelencia de nuestro continente: el exilio. Y tal vez sí, porque toda su obra, incluída la traducción al castellano del libro de  León Hebreo que era un judeoespañol que escribía en Italiano, la hizo con su alma repartida entre dos mundos.

Un peruano magistral y castizo (y quechua) publicado por un flamenco plantiniano, en Lisboa. 1609.

notastacitas@gmail.com

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