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El arte de competir (o lo que nos dejó Andrés Escobar)

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Juan Felipe Carrillo Gáfaro
09 de julio de 2020 - 05:12 p. m.
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Fue tan grande el impacto que causó en mí la muerte de Andrés Escobar que, cinco años después de su asesinato, decidí dedicarle mi página (y el esfuerzo de esos años de estudio) en el anuario del colegio. En la esquina superior derecha puse su foto y el autógrafo que me había firmado en Medellín un par de semanas antes de empezar el Mundial de Italia 90. Apenas me levanté ese sábado 2 de julio del 94, y en medio de una perplejidad total, mi papá me dio la noticia. Recuerdo que alcanzamos a sollozar unos minutos en silencio intentando entender qué había pasado. Volver a ese instante y recordar la imagen de una persona como Andrés Escobar sigue siendo muy doloroso no solo por su calidad humana y deportiva, sino también porque su muerte simboliza un tipo de violencia que se vive a diario en Colombia y que no hemos podido dejar de lado.

Unos cuantos dirán que era un tema de apuestas y que eso no tiene nada que ver con la violencia en Colombia. Otros tantos afirmarán que era un tema de tragos y que por lo general eso siempre termina mal. Los más osados se quedarán con la estúpida idea de que la víctima se lo buscó por ponerse a bravear al que no tocaba. Sin embargo, creo que este tipo de manifestaciones violentas ocasionadas por situaciones deportivas y/o donde existe una rivalidad dicen mucho sobre lo que es la sociedad hoy en día y sobre el resquebrajamiento de los valores cuando se trata de competir. No hay que ser un gran erudito para entender que una buena parte del aprendizaje de lo que significa la no violencia pasa por saber competir: en ese escenario Andrés Escobar era el ejemplo a seguir.

Como padre de familia con hijos pequeños me preocupa ver cómo otros adultos empujan a sus hijos a ganar a cualquier precio. Me preocupa ver cómo esos mismos adultos pasan parte de su tiempo intentando comparar a sus hijos con los demás para ver en qué son mejores y si no es así cómo podrían llegar a serlo. Cada vez que veo esos comportamientos me termino haciendo la misma pregunta: ¿Y si perder es realmente ganar un poco? Una cosa es motivar a nuestros hijos a hacer el mejor esfuerzo para ganar y otra irlos llevando hacia una lógica donde ganar es la prioridad sin importar lo que suceda a nuestro alrededor. El filósofo alemán Axel Honneth mencionaba que parte de la reificación del otro (es decir, de ver a otro ser humano como una cosa) surgía de las experiencias competitivas propias de la sociedad actual. En muchas circunstancias estas experiencias son la prueba reina de la falta de empatía y compasión que existe entre los seres humanos y de cómo esta ausencia puede ser el punto de inflexión de futuras actitudes violentas. A partir del momento en que le transmitimos a nuestros hijos que es más importante la victoria, que deben hacer una mejor prueba o un mejor tiempo que el vecino, y que además no sobra vanagloriarse de ello así sea tímidamente, no les estamos enseñando nada positivo. El que no ve algo diferente en el arte de competir se vuelve arrogante, está predispuesto a hacer trampa y pierde la capacidad para darse cuenta del valor de la vida.

Por lo anterior, sería genial motivar a esas niñas y niños para que aprendieran a competir quitándose de encima la presión de ganar y que esa presión nunca estuviera por encima de lo que significa disfrutar el momento vivido: el juego por el juego y lo que representa para cada uno ponerse a prueba, desde su individualidad, desde su propio esfuerzo. Sería increíble hacerles ver que cada ser humano es diferente y que perder también es una opción. Sería vital acompañarlos muy de cerca en este proceso para paradójicamente hacerlos “mejores” competidores no en términos deportivos o laborales, sino en términos humanos. Pensar de esta manera no puede ser visto como la base de una filosofía derrotista y mucho menos conformista. Pensar de esta manera debe ser uno de los elementos constitutivos de una sociedad que, como nos lo enseñó Andrés Escobar en la cancha y fuera de ella, sabe vivir en paz y tiene la capacidad de superar sus propias derrotas con dignidad.

@jfcarrillog

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