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Apenas justo con nosotros

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
15 de enero de 2021 - 09:04 p. m.

El día 19 de diciembre, asumiendo un incómodo grado de irresponsabilidad, tomamos con mi esposa y mis dos hijos un vuelo Frankfurt-Bogotá para pasar Navidad con nuestra familia en Colombia. Parecía increíble y casi irreal que el avión hubiera aterrizado en El Dorado luego de no haber podido respetar durante más de 12 horas el distanciamiento social.

Todos los viajes nos enseñan algo, y la experiencia de viajar en tiempos de pandemia hace aún más contundente esta enseñanza. Sin esfuerzo alguno, se me vienen a la mente todas las imágenes de lo que ha sido una larga jornada. Quizás lo más impactante ha sido ver el comportamiento de la mayoría de las personas que cruzamos en estos días, y la casi injusta manifestación por parte de muchos gobernantes de lo indisciplinados que somos.

Confieso que una parte de mi lectura desde fuera de la situación pandémica en Colombia se ha basado en algunos momentos, y de forma equívoca, en esa visión estereotipada de lo que nos cuesta a los colombianos, y a muchos latinoamericanos en general, seguir las normas. Terminamos colgados de esa imagen negativa de nosotros mismos para acusarnos mutuamente de ese sino trágico que parece perseguirnos como sociedad. Al centrarnos en los comportamientos negativos de unos cuantos, invisibilizamos el denuedo de muchos de asumir una postura resiliente y optimista frente a la vida a pesar de las circunstancias.

No quiero dejar pasar esta oportunidad para agradecerles a todas esas personas, y en especial a esos niños pequeños, que sin importar su condición social y económica hacen lo posible por protegerse y proteger a los demás. Al respecto, el discurso de una persona como Claudia López, entre otras, debería empezar por ahí y no por la acusadora tendencia de hacernos ver a la gran mayoría como una manada de irresponsables. Si bien es cierto que de estos hay muchos, la tendencia parece ser otra y si la segunda ola ha llegado es porque el virus es más fuerte que nuestra frágil humanidad.

Al dejar que la vida siguiera su curso durante unas semanas para evitar que la gente se quedara sin trabajo, y en muchos casos sin comida, era casi predecible que los casos aumentaran. Es algo severo centrar la explicación de esta tendencia en los comportamientos de todos los ciudadanos y es apenas justo con nosotros reconocer el esfuerzo de muchos para intentar llevar una nueva vida. Ni siquiera la supuesta disciplina de países como Alemania y Dinamarca, sumada a su capacidad para hacer pruebas, logró controlar la inminente propagación del virus.

Los colombianos hemos hecho un esfuerzo inmenso por reinventarnos pese a no tener las ayudas financieras que se tienen en otras latitudes, y mucho menos una infraestructura sólida para ofrecerles a todos un adecuado servicio de salud. Las personas llevan meses poniendo la mano para que les tomen la temperatura, pisando aparatos para untarse cualquier tipo de desinfectante, dejándose el tapabocas en el carro o durante las prácticas deportivas: no podemos demeritar ese sacrificio.

En ese mismo sentido, vale la pena resaltar el empoderamiento de muchas y muchos vigilantes para hacer cumplir esas normas con responsabilidad y, por lo general, buen ánimo. Hay que ver la propiedad con la que el señor vigilante de la oficina de pasaportes de la calle 100 les indica a todos los usuarios que antes de empezar cualquier trámite es imperativo lavarse las manos, o como en la misma oficina, una señora de la limpieza pasa religiosamente el consabido trapo sobre el aparato donde se pone la huella luego de cada uso. Enhorabuena por ellos y por el trabajo de esa oficina; pero lo más relevante es que, pese a todo, son miles las personas que están haciendo algo similar.

Debemos valorar todo lo anterior con el objetivo de motivar a las personas para que sigan mejorando. Al respecto, una de las fallas cruciales de lo que pasa en Colombia radica en el famoso distanciamiento. Es impresionante lo que nos cuesta mantener esa distancia en todos los escenarios, a excepción quizás de las filas de los bancos. El otro gran lunar, el cual no es exclusivo de nuestra cultura, son esos jóvenes que creen que este tema no es con ellos. Muchos de ellos están haciendo lo que les da la gana mientras generaciones enteras estamos pagando sus impertinencias. La irresponsabilidad de esos jóvenes que no tienen hijos, pero sí novias y novios, y que conviven con mayores de 70 años como si la cosa no fuera con ellos, aumenta el riesgo de contagio.

En pocas horas, la aventura habrá terminado y se hace necesario volver a nuestra vida de todos los días. A esa vida anormal que entre todos debemos asumir. En Colombia, en ese país mágico que parece cargar al mismo tiempo con todo lo malo y todo lo bueno, esa vida continúa y ojalá podamos seguir disfrutando de ella.

@jfcarrillog

 

Atenas(06773)16 de enero de 2021 - 05:38 a. m.
Esta es una atinada columna de alguien q' viene de las europas y con ojo avizor de cómo se cocinan las habas por allá respecto de la pandemia, q' en poco o en nada difiere de lo q' con similar gana y resiliencia hemos hecho x aquí. Ojalá sirviera este texto como guia pa tanto despistado q' en este medio medra y en la mano la piedra.
  • Mar(60274)16 de enero de 2021 - 08:34 p. m.
    Solo que nosotros no nos podemos dar el lujo de ser tan brutos, porque si la salud en Colombia es un desastre, aun sin coronavirus, mucho peor con él.
  • Mar(60274)16 de enero de 2021 - 08:33 p. m.
    Gente bruta hay en todas partes.
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