Los que tenemos espacios como este vivimos con la tendencia de volver a nuestras columnas una vez publicadas. Nos llama la atención estar pendientes de su relativo “éxito” entre los lectores e intentar conectarse con los diferentes comentarios. En lo personal, me gusta leer los comentarios de las personas porque, por lo general, salvo un par de descaches, su contenido es muy valioso y permiten entender mejor el tema de la columna. A veces hasta me sacan una que otra sonrisa, en especial cuando los lectores comentan entre ellos y se enzarzan en microdiscusiones que, por fortuna, terminan unos segundos más tarde.
En ese mar de comentarios que despierta cada columna, los que más alborotan el avispero son los que están relacionados con política, y en particular aquellos que abordan el tema de las elecciones. Cada vez que uno se lanza a hablar de candidatos o a dar una opinión sobre algún programa de gobierno, los lectores se arrojan como fieras a dar su opinión, expresar su acuerdo o desacuerdo con la columna y discutir entre ellos. En Colombia, las columnas sobre política son las más leídas, lo cual habla bien de nosotros como sociedad democrática, pero contrasta con el desgano a la hora de ir a votar y con la falta de cordura cuando se trata de debatir con “sentido de lo humano” (Humberto Maturana); es decir, con la capacidad de hacer trascender el odio para al menos intentar entender la posición del otro y abrir la posibilidad de diálogo.
Pero seamos honestos: llegar a ese “sentido de lo humano” en un país tan polarizado y vapuleado como el nuestro es hoy por hoy una utopía. No ha sido posible para la sociedad colombiana quitarse de encima la carga mental de tantos años de violencia; una carga que nos ha ido convirtiendo en personas predispuestas al odio. Suena duro, quizás exagerado, pero a veces ni siquiera nuestra innata amabilidad logra contrarrestar todo el daño provocado por esa violencia. El perdón y la idea de una posible reconciliación en nuestro país son siempre excepciones a la regla y nos terminamos quedando cortos cuando se trata de transformar conflictos de manera no violenta.
Lo peor de todo es que los políticos lo saben y les encanta jugar con esto. La gran mayoría de ellos busca manipularnos con discursos de odio que solo sirven para seguir fisurando nuestra ya resquebrajada sociedad. Sin ser totalmente conscientes, nos dejamos llevar por sus mensajes subliminales en redes sociales y terminamos defendiendo posturas que en muchas ocasiones ni siquiera compartimos. Nuestras instituciones deberían tener una posición más clara y contundente cuando los discursos de odio, y los diferentes criterios que los caracterizan como lo muestra este documento, llenan los medios de comunicación y las manifestaciones políticas en épocas pre y postelectorales. En un país rodeado por los estragos de la violencia, los discursos de odio la reproducen y extienden en la vida de todos los días.
La recomendación es clara: no nos dejemos atrapar por los mensajes negativos de los diferentes candidatos. Siempre podremos reaccionar en redes sociales a su odio, sin importar si los estamos apoyando o no. Frenar esos mensajes es ayudarnos a nosotros mismos, es hacer un esfuerzo por mejorar nuestro bienestar y nuestra sensación de que es posible cambiar la manera como vivimos. No se trata de ser inocente y de creer que esto va a terminar con toda esa violencia, pero al menos la puede atenuar. Los candidatos, en especial Petro y los peones (no hay alfiles) del Centro Democrático, deberían ponerse de acuerdo de manera más explícita para rechazar cualquier intercambio que promueva el odio en Colombia.
@jfcarrillog