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La psicóloga y escritora Brené Brown plantea en su libro El poder de ser vulnerable lo importante que es reconocer nuestra vulnerabilidad para aprender de ella y enfrentar las diferentes vicisitudes de la vida desde una perspectiva personal. Aunque confieso que no me gusta mucho la manera un poco egocéntrica como Brown expone sus ideas, sí aprecio su contenido y la forma sencilla como intenta presentarlas. En uno de los apartes del libro, Brown menciona lo difícil que ha sido para generaciones enteras haber sido educados desde la vergüenza y la culpa y lo importante que es hoy en día reflexionar al respecto.
La educación desde la culpa tiene muchos matices e identificarlos con claridad es una tarea complicada. Como es evidente, nadie está exento de cometer errores, y lo importante es aprender de ellos y no sentirse mal por haberlos cometido. La educación desde la culpa se va convirtiendo en el tiempo en un silencioso pasajero que, una vez instalado en el subconsciente, sobredimensiona el error cometido e impide seguir adelante con seguridad y tranquilidad. La experiencia desde la culpa hace que las personas se queden con la sensación de que las equivocaciones no solo no son posibles, sino que además no somos capaces de tolerarlas como parte de un proceso de aprendizaje. El que educa o ha sido educado desde la culpa tiene dificultades reales de perdonarse a sí mismo y de desplegar una bondad interior para entender a los demás.
Desde una perspectiva de educación para la paz, los casos de la crianza y de la pedagogía son fundamentales para transformar la culpa en una comprensión real y constructiva de los hechos que se viven a diario: sin perder de vista la conciencia e importancia de enfrentar las dificultades y sin la sensación constante de haber hecho algo mal o de merecer un castigo particular. En las escuelas y colegios se educa desde la culpa cuando los docentes humillan sigilosamente a sus estudiantes por tener una mala nota o por un comportamiento particular. Esa humillación puede ser tan sutil que en el momento mismo de su ejecución parece irrelevante hasta para la persona afectada, pero se convierte en el tiempo en un detonante de inseguridades futuras y en muchas ocasiones permanentes. La inminente violencia simbólica de la educación tradicional, aquella que preconiza a escondidas la lógica de la letra con sangre entra, sigue impactando generaciones enteras y no se ha terminado de cuestionar del todo sobre sus efectos en sociedades como la nuestra.
En el caso de la crianza, la innata autoridad que poseen los padres y las madres hace que la frontera entre querer educar lo mejor que se puede y la sensación de hacer sentir culpable a los hijos sea muchas veces borrosa. En particular, cuando se trata de niños pequeños, los padres tienden a enfatizar con ahínco ciertos errores sin reflexionar críticamente la forma e impacto del mensaje que desean transmitir. Si bien los niños pueden ser muy resistentes, resilientes y pacíficos, el impacto de hacerlos sentir culpables puede afectar su desarrollo cognitivo y emocional. Y es que una cosa es explicarle o corregir a una niña o niño acerca de una situación puntual y otra muy distinta es aprovechar la posición de adulto y la autoridad de madre o padre para hacerlos sentir mal. El hacer sentir mal o manipular los sentimientos de los niños es uno los escenarios más concretos de la educación desde la culpa, y esto se vive a diario en diferentes contextos.
Y por supuesto tampoco se trata de que los padres, madres y docentes sean “perfectos” o hagan todo a la perfección, ya que, como lo afirma Brown, “el perfeccionismo es un sistema de creencias autodestructivo” (p. 96). Se trata más bien de tener la capacidad de reflexionar en permanencia sobre si estamos educando desde la culpa y qué podemos hacer en el día a día para evitarlo. Todo hace parte de un proceso y es clave tener este tema presente para formar seres humanos más libres, más críticos y más tolerantes con ellos mismos y con la sociedad que los rodea.
@jfcarrillog
