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El estigma de ser colombiano

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Juan Felipe Carrillo Gáfaro
18 de octubre de 2022 - 07:35 p. m.
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Hace un par de días EE presentó la noticia de un colombiano encarcelado en Tanzania desde hace más de ocho años, luego de que la policía de ese país lo obligara a admitir injustamente que traía droga en su maleta. No sorprende que uno de los lectores de la noticia se pregunte con asombro y razón dónde han estado los cónsules y embajadores de esa zona durante este tiempo y cómo es que hasta ahora, como lo muestra el diario El País, la cosa ha logrado desenredarse. Una verdadera pregunta para la diplomacia colombiana de los últimos años.

Y aunque este suceso tiende a ser algo excepcional, parece evidente que la policía de Tanzania se aprovechó de la nacionalidad para inventarse esta historia. Por desgracia, el único “problema” de este joven cuando llegó a Tanzania fue el hecho de ser colombiano y el estigma ese que llevamos a todas partes y que hace de nosotros esa presa fácil de chistes estúpidos sobre la cocaína. Que si tenemos un poco, que si podemos traerles, que si el “negocio” va bien, que cómo va pablo… En fin, es incontable el número de comentarios soeces que termina reduciendo nuestra humanidad, con atrevimiento e ignorancia, al sufrimiento más profundo de nuestro frágil país.

Y pese a todo, intentamos indignarnos con cierta desenvoltura y resiliencia para explicarle a nuestro limitado interlocutor que Colombia también produce café, tiene música, juega fútbol y pese a todo lo malo, es un lugar que vale la pena visitar. Los compatriotas más pacientes se adentran en pequeñas explicaciones sobre el daño que nos ha hecho el narcotráfico, y la maldad hitleriana de pablo escobar (con minúscula), y terminan en muchas ocasiones mencionando que es preferible no hacer bromas al respecto porque, como todos lo sabemos, ese tema nos ha convertido en una especie de Sísifo: en lugar de cargar con una piedra, subimos y bajamos la colina con un pasaporte, cuya etiqueta de narcotráfico es muy difícil de quitar.

En Kenia, país fronterizo con Tanzania, y en particular en Nairobi, se pueden ver de vez en cuando un par de matatus (buses locales), cuya característica es estar pintados de A a Z a manera de grafiti, con imágenes del peligroso “patrón”. Como si se tratara de un personaje de ficción, cuya imagen ha sido moldeada por las diferentes series sobre el tema, el desgraciado ese de pablo escobar pasea las calles de Nairobi como si nada hubiera pasado.

En el imaginario de las personas ajenas a nuestra realidad, escobar representa una especie de amigo de los pobres, ese Robin Hood criollo que quiso “ayudar” a la gente a punta de plata. Y pese a ver en la televisión las bombas, los asesinatos y tanta desolación, a las personas solo les importa la idea de poder y el aparente “éxito” de los narcotraficantes. Eso hace que se vayan tomando tan a la ligera lo que ven y no les importe en lo más mínimo conocer algo más de esa realidad.

Este tema no es para nada nuevo y seguirá teniendo repercusión en nuestras vidas, al menos durante un par de generaciones más. Sin embargo, aceptar esa situación y vivir con ella, no significa que el Estado colombiano deje de buscar alternativas reales para reducir los alcances de ese estigma. No es normal, como le ha sucedido al joven preso en Tanzania, que en situaciones extremas nuestro propio gobierno nos deje a la deriva y no tenga la entereza para ayudarnos a levantar la cabeza en momentos así. Por más droga que haya en Colombia, no podemos bajar los brazos; es importante hacer evidente que somos algo más que esa representación caricaturesca de nuestra sociedad que tanto daño nos sigue haciendo.

@jfcarrillog

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