Si usted quiere a Colombia y le preocupa este país, lo invito a que vea el video de lo sucedido en Tierralta (Córdoba) y se detenga en el minuto 2:04. Ese minuto traduce el sufrimiento real de lo que ha sido nuestra violencia desde hace mucho tiempo. Ese minuto es el símbolo mismo del miedo, de la muerte, de lo que significa vivir y crecer en medio de situaciones traumáticas. En un principio se creyó que eran disidencias de las FARC, luego se confirmó que eran militares disfrazados. Y yo me pregunto: ¿Qué formación recibieron esos hombres para llegar a este punto?
Esas imágenes solo significan que aún se vive en un país donde nada ha cambiado. El sufrimiento latente de toda esa comunidad, y en especial de esas niñas y niños, no tiene razón de ser. Lo que muestra ese video, además de la falta de honor de los que tienen las armas, es el valor de las personas que allí se encuentran: en repetidas ocasiones se les pide a esos hampones que den la cara y se les enfrenta con la dignidad que tienen esos seres humanos que no le deben nada a nadie. Todo lo contrario a ese pobre infeliz que carga su arma dos veces para intimidar a la persona que está grabando y a esa mamá que, al final del video, manifiesta con una fuerza increíble: “¿Le parece justo amenazarme con una pistola teniendo yo a mi hijo en brazos?”.
Y es que el clamor de esa comunidad debería ser el clamor de todo un país: queremos verles la cara a esos dizque defensores de la patria, queremos verlos pidiendo disculpas a tiempo antes de terminar enlodados como el sátrapa ese de Mario Montoya, cuyas órdenes liquidaron comunidades como la que vemos en este video. Y si la guerrilla, los narcotraficantes, los paramilitares le hicieron y siguen haciendo mucho daño a la sociedad colombiana, el Estado no se queda atrás. Innombrables son las veces que los militares han hecho lo que quieren con el poder que les otorga la ley: apoyar activamente a grupos ilegales; manifestar pasividad para dejar actuar a grupos ilegales; participar en negocios ilícitos; matar, violar y amedrentar directamente a la población entre muchas otras acciones al margen de todo.
Estamos en teoría en una pseudo fase de reparación donde un par de salvajes se ponen corbata y se plantan frente a un micrófono a contar todas las barbaridades que hicieron. Ojalá que de ahí salga algo más que una simple intención de quitarse un peso de encima y vivan un profundo dolor y arrepentimiento por haber causado tanto sufrimiento. Y si eso está sucediendo ahora y trae algo de alivio a las víctimas pues bienvenido sea como un paso cercano a un estado de paz.
Sin embargo, luego de ver este video, y en especial el minuto 2:04, el Estado colombiano, el presidente, el ministro de Defensa, y el comandante de las fuerzas armadas deberían, además de haber reconocido los hechos, pedirle perdón a esa comunidad por no tener la capacidad de protegerlos como se debería. Y ese perdón debería ser contundente, porque en este caso, y por alguna razón milagrosa, las personas siguen vivas.
Presidente Petro: no basta con capturar los culpables. Es más importante pedirles perdón a los que aún están vivos, a las niñas que no fueron violadas, a los campesinos que no fueron acribillados sin razón, a esa valiente mujer que por fortuna no fue ajusticiada por registrar en video la ignominia machista, bruta, salvaje de ese supuesto rambo de pacotilla.
A esas niñas y a esa mamá del minuto 2:04: a muchos nos gustaría creer que no están solas en este país; nos gustaría decirles que nos duele verlas tristes y con miedo; nos gustaría apoyarlas en su dolor; nos gustaría que vivieran una reparación real por lo vivido. Esta simple columna es para ustedes.
@jfcarrillog