Un Uribe con los años encima ha decidido regresar a los espacios públicos para defender lo indefendible: la terrible historia de los falsos positivos y lo que él afirma nunca haber hecho, pero dejando claro que algo tuvo que ver con el tema. Se trata del clásico y trillado “sin querer queriendo”. Ese que le ha dado tantas vueltas a Colombia en diferentes escenarios, con múltiples personajes (Santos incluido), y con distintas causas y consecuencias.
Así, Uribe sale de su catacumba para verter esa mala energía que lo acecha. Y cuidado: aquí no pretendo hablar de sus logros y/o derrapes como presidente y funcionario público. Acá hablo del ser humano, del colombiano que se ganó el cariño de mucha gente a punta de un discurso agresivo que por lo visto no ha desaparecido del todo. Ni siquiera el tiempo y la experiencia le han dado a Uribe la sabiduría para comunicar mejor sus enojos, sus caprichos, sus innumerables concupiscencias.
Hace un par de días en el Twitter, o X, o lo que sea, el faraón se vanagloria de haberle dicho No a la paz, independientemente de sus implicaciones, y de haber influenciado a una buena parte de la sociedad colombiana a seguir con la violencia, a prolongar ese túnel cuya salida es incierta y nos mantiene a todos en un permanente estado de zozobra. Y es que no se trata de haber votado No a conciencia y siguiendo razones argumentadas. Se trata de haber votado No por principio, por odio hacia Santos, por resentimientos personales de otrora.
Uribe escribe “sin tapujos” con ese orgullo machista de antaño para “pegarle en la cara, marica” al primero que se le atraviese. Y esa manera envalentonada de irse lanza en ristre contra los demás lo llevan a manifestar burradas como la frase “Golpe de Estado refrendado por el constitucionalismo pro paz equivocada que finalmente ayuda al terrorismo” (sic) o como cuando le dice de manera lenguaraz al padre De Roux “haber apoyado el crimen”. Uribe vuelve a hacer uso “sin querer queriendo” de los principios de la propaganda nazi creada por Goebbels para reducir a su mínima expresión las cuestiones donde se ha quedado sin argumentos. Su idea es iniciar de nuevo un viaje de manipulación para confundir a la opinión pública y esconder los asuntos que lo tienen a un paso de terminar más enredado de lo que ya está.
Si Uribe fuera realmente el hombre probo y prolijo que dice ser, no estaría diciendo sandeces en redes sociales y seguiría con el perfil bajo que asumió cuando entendió que Colombia no era de él. Si realmente pensara en el país, entendería que entre más leña le echemos a ese fuego, más difícil será que los colombianos dejen de matarse entre sí. Pero no, el faraón resucita para guiarnos sobre cómo seguir haciendo la guerra, tapar sus más íntimos entresijos a punta de apuntes mediáticos, y empujar a sus súbditos hacia el caos final; hacia ese apocalipsis que muchos quieren ver para rescatar de las cenizas a una Colombia maltrecha y sin futuro.
Y para que los lectores no se equivoquen: tampoco estoy de acuerdo con la forma de comunicar de Petro, y en especial su falta de claridad. Lo ideal sería que las personas comunes y corrientes, esas que no chorrean la baba por el poder, no se dejen influenciar por lo que expresen unos cuantos. Hace bien Gloria Cuartas, directora de la Unidad de Implementación del Acuerdo de Paz, en prender las alarmas antes de que siga siendo demasiado tarde y antes de que toda esperanza de reconciliación termine en uno de esos hornos crematorios de Norte de Santander. El país se desangra día a día y personas como Uribe deberían detener los derramamientos con sus posturas, en lugar de generar discursos de rencor y furia.
@jfcarrillog