Colombia es un país cuya historia se ha ido escribiendo a punta de nombres propios. Cada momento parece más marcado por los personajes que por los acontecimientos; más por las gestas o equivocaciones de un puñado de individuos que por los esfuerzos o errores colectivos. Desde esa perspectiva, nuestra historia se aferra de manera desconsolada, ya sea a enaltecer a sus tímidos héroes, ya sea a intentar someter a sus villanos a su mínima expresión. Esa manera de reducir la historia de toda una nación nos ha hecho y sigue haciendo mucho daño.
Centrarlo todo en los personajes impide entender lo que Fernand Braudel llamó “la larga duración” en su libro El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Se trata de uno de los tres niveles del tiempo histórico identificados por este historiador francés, cuya premisa es examinar la estructura y el desarrollo de los hechos sobre un periodo lento, casi inmóvil e imperceptible. Es a través de este tiempo que se pueden entender por ejemplo los efectos del cambio climático o los procesos que permitieron el ocaso y nacimiento de las civilizaciones. Se trata de alguna manera de intentar ver los sucesos con la perspectiva necesaria para examinarlos de forma clara y no quedarse en los pequeños instantes históricos y aún menos en los individuos que los forjaron.
Se podría afirmar que en Colombia no hemos sido capaces de examinar nuestra historia desde la larga duración y es por eso quizás que se tiende a olvidar lo que ha pasado con cierta facilidad. Al quedarse en los personajes, a todos se nos olvidan los procesos y más aún aquellos procesos tan dolorosos para nuestra sociedad. Esto es exactamente lo que está pasando con Mancuso, Uribe y compañía. Con tal de ver a alguien pagando por tanta violencia, nos limitamos a defender o a acusar a un par de personajes sin darnos cuenta de lo fundamental: desenmascarar la terrible sombra paramilitar y guerrillera que tanto ha asediado y sigue asediando a miles de colombianos con esa desgarradora brutalidad solo comparable a la de la Alemania nazi.
Nuestra ceguera nace de la dificultad de entender que lo que está en juego es el sufrimiento de todo un país y aunque la sombra tiene muchos nombres, nuestra atención tiene que ir más allá. Estamos viviendo un terrible impase donde los villanos acusan a otros villanos y se les cree más a unos que a otros según el contexto y las palabras que usen. Es aterrador sentir que después de tanto sufrimiento, las palabras de un tipo como Mancuso puedan llegar a ser el bálsamo de una verdad que muchos conocían y que la gran mayoría, salvo el valiente Godofredo Cínico Caspa, temía comentar. Es triste sentir que en la boca de los asesinos aparezcan sentencias reveladas en otros tiempos por colombianos valientes y preocupados no por los personajes sino por esa historia de “la larga duración”.
Hoy en día los esfuerzos de la JEP parecen en vano para contrarrestar el furor y la euforia generados por esa tendencia de centrar la historia en los personajes y no en los procesos. Todo parece reducido a un momento corto donde el supuesto espacio para arrepentirse y contar la verdad da tiempo para esconderse e inventar nuevas maneras de seguir haciendo turbios negocios a expensas de la vida de muchos colombianos.
Ahora más que nunca iniciativas como la creación en Colombia del primer centro de memoria sobre violencia sexual tienen que tener más trascendencia que las vidas y acusaciones de los personajes de la sombra. Es apenas justo con Colombia que se deje de ver la historia como un hilo de hechos pegados los unos a los otros y se le valore en una dimensión que nos permita entender mejor lo que está pasando. Es apenas justo con las víctimas que se estudie este atropellado presente de una manera holística, responsable y perecedera y no solo desde la endeble y peligrosa inmediatez de las redes sociales y sus fanáticos usuarios.
@jfcarrillog