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La trampa del estigma

Juan Felipe Carrillo Gáfaro

31 de agosto de 2021 - 09:28 p. m.

El periodista Yohir Akerman analizó hace un par de días en una de sus columnas la trampa de la estigmatización. Una trampa que se vive no solo en Colombia, sino en cualquier parte del mundo. Y aunque su texto está centrado en el juego de palabras utilizado por Uribe en su discusión con Francisco de Roux, su reflexión retumba con fuerza en contextos donde los estigmas son parte de la vida de todos los días.

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Según Goffman, en su obra Estigma. La identidad deteriorada (1963), el estigma es un atributo deshonroso y desacreditador que puede excluir moralmente a las personas afectadas en un determinado contexto social. Además, puede producir una serie de emociones negativas tanto en la persona estigmatizada como en el resto de la sociedad, provocando sentimientos de odio, miedo y desprecio por el otro.

El juego del estigma hace que se consoliden los prejuicios y se confirmen todas esas profecías autocumplidas donde muchas de las percepciones equívocas sobre lo que nos rodea terminan teniendo consecuencias en el mundo real. Jugar al estigma significa lanzarse en una peligrosa cruzada selectiva donde, como lo menciona Goffman, “un individuo que podía haber sido fácilmente aceptado en un intercambio social corriente, posee un rasgo que puede imponerse por la fuerza a nuestra atención y que nos lleva a alejarnos de él cuando lo encontramos” (p. 15). Y si alejarse físicamente de la persona no es posible, el estigma sí hace que la relación cotidiana sea diferente, se trate mal al otro y lo reduzca a esa imagen preconcebida que en algún momento se creó en la memoria y que es muy difícil recomponer.

En muchas ocasiones, como en el caso presentado por Akerman, el estigma puede nacer de una relación vertical donde el poder, o la supuesta superioridad de unos cuantos, cae con toda su fuerza sobre la debilidad de otros. Ese poder es tan fuerte que muchas veces los que lo poseen se hacen pasar por víctimas cuando claramente están del otro lado. Nada de esto es nuevo y seguirá pasando principalmente por razones educativas. No se trata solo de los procesos formativos en los centros educativos, sino también de cómo se educa en las familias, de cómo se respetan las leyes desde las instituciones, de cómo se convive en el espacio público, de cómo se resuelven los conflictos, etcétera…

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Es importante por ejemplo hacer un llamado para evitar “venezolanizar” la inseguridad en Bogotá, como bien lo mencionó el periodista Miguel Cruz. Es importante no limitar el islam a la reducida imagen de los talibanes. Es importante dejar de ver en el otro ese que no es, por más que una alcaldesa, un expresidente o un amigo de la esquina diga lo contrario. Es importante tener la mente abierta para dejar de lado el racismo y la xenofobia que tanto daño le han hecho a los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Encasillar desde los prejuicios a otra persona puede ser el primer paso para buscar su reificación; es decir, estar tentado de reducirlo a una cosa, tal y como sucedió en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial o en los campos colombianos con paramilitares, guerrilleros y algunos militares. Es importante no caer en esa trampa si aún creemos que es posible vivir en un mundo capaz de construir paz.

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@jfcarrillog

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