Se ha hablado y escrito mucho en los últimos días sobre el destino y la vida de Petro como presidente. Todos los columnistas hemos visto la oportunidad para intentar (quizás en vano) analizar desde diferentes perspectivas lo que está pasando y así darles a los lectores elementos para no apresurar sus juicios. Como pasa en todas partes, y más aún en un país como el nuestro, hay quienes intentan defender al mandatario y quienes buscan destrozarlo aprovechando este cuarto de hora en el que anda metido. Desde mi perspectiva (que en el fondo es una opinión más a todas las anteriores) y luego de leer muchas de estas columnas, la única conclusión a la que pude llegar fue que Petro se ha ido metiendo solito en estos enredos, en esas esquinas que lo tienen arrinconado.
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Primera esquina (el ego)– No le bastó tener el apoyo y la ilusión de más de medio país para ponerse a hacer el trabajo en silencio, sin alharaca, sin esa turbia sensación de que se trata primero de él como persona y luego de los colombianos. Lo mismo le pasó en la alcaldía cuando se rumoraba en los pasillos del palacio Liévano (rumor confirmado por dos asesores de la época) lo difícil que era trabajar con él y lo testarudo que se ponía cuando no le seguían la corriente. Esa testarudez alcanzó a ser vista con los ojos de esa tendencia caudillista que lo tiene algo embarrado en estos días. Y es que como pasa con muchas figuras públicas, el primer problema que tienen es ser ellos mismos, es ese recalcitrante ego que no los deja pensar en los demás y reduce su humanidad a una vulgar expresión de lo que nunca podrán ser: ese líder anhelado que parece no llegará jamás.
Segunda esquina (las personas)– Cualquier personaje político, de cualquier estirpe, en cualquier país, hará lo que sea por llegar a la cima. Algunos lo harán de manera más sutil, otros lo harán de manera más honesta, otros buscarán el camino más peligroso, otros dejarán que alguien lave todos los trapos sucios, otros cruzarán el camino sin ningún tipo de escrúpulos. Como sea, Petro cayó en esa gran trampa de vender su alma a personajes como Benedetti (entre otros). Ahora aquellos que lo subieron al podio podrían intentar bajarlo de ahí a cualquier precio. Y es que no hay que ir muy lejos para sentir la violencia en las palabras de Benedetti, esas palabras por las que se terminó disculpando pese a haber afirmado primero nunca haberlas pronunciado. Benedetti destella ese odio del político barato colombiano al que no le importa el país; y más que el país, al que no le importa la gente. En esa esquina respira Petro como el boxeador cansado y golpeado después de apenas un “round”. Petro sabía en qué se metía cuando invitó a personajes como Benedetti a formar parte de su aventura política y no es justo con los colombianos que se esconda detrás de arengas populistas que pretenden tapar el sol con la mano.
Tercera esquina (la falta de visión)– Petro llega a la presidencia con un discurso lleno de esperanza e ilusión. Sin embargo, con el pasar del tiempo, hasta sus más fervientes seguidores se empiezan a dar cuenta de cómo su gobierno carece de visión. Lo que empezó como un ideal (la difícil imagen de una paz “total”) se ha ido convirtiendo en una enredada manera de hacer política que no parece tener polo a tierra. Los encontronazos y desacuerdos que tuvo con algunos de sus exministros son quizás la prueba máxima de esa falta de visión. Y es que en lugar de darles tiempo y confianza a las personas y de escucharlas para construir un camino, Petro ha decidido cerrarles la puerta en la cara: apenas alguien deja entrever que el gobierno no va para ningún lado, apenas alguien sugiere un cambio, propone una ruta o demuestra cierta iniciativa, recibe el rechazo directo del mismo presidente. En lugar de darle tiempo a su equipo de construir de manera conjunta los trazos de esas promesas esperanzadoras, Petro se volvió un experto en improvisar y así es muy complicado sacar adelante un país tan maltrecho.
Cuarta esquina (la comunicación)– A las esquinas anteriores se suma esa absurda manera de comunicar. Petro no ha entendido que sus mensajes no solo son confusos, sino muchas veces erróneos y en lugar de ponerse a jugar al personaje moderno que domina las redes sociales, debería concentrarse en lo que realmente importa. Algo de moderación y paciencia a la hora de comunicar no le haría daño a él como persona y al país. La desinformación y ansiedad que provocan muchos de sus mensajes ponen a temblar los mercados y la sociedad. Existe en sus arranques para comunicar una falta de profesionalismo y de responsabilidad no aptos para el cargo que ocupa. Otra esquina en la que se ha ido metiendo solo sin querer queriendo.
Así, desde esas cuatro esquinas, a Petro no le queda mucho margen para corregir el tiro y devolvernos la esperanza generada hace un año. Su ligereza a la hora de actuar tiene en vilo a ese país que creyó en él.
@jfcarrillog