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Nairobi respira la naturaleza aún no explotada por el hombre. Desde la terraza de alguno de sus edificios altos, se logra ver con facilidad la abundante vegetación que da sentido a la ciudad. En particular, en la zona norte, persevera imponente el bosque Karura: un oasis de biodiversidad atravesado por pequeños riachuelos e invadido por selvas de bambú, cuevas, humedales y algunos animales como monos, aves y murciélagos, cuyo hábitat se mantiene casi intacto. Allí es donde los fines de semana se reúnen las familias para contar historias y disfrutar la vida, y donde las escuelas sacan de paseo a sus uniformados estudiantes.
Junto a Karura, están no solo el parque nacional, un gran espacio lleno de animales en libertad donde se tiene una primera impresión de lo que significa hacer un safari; sino también los jardines de la buena cantidad de casas que aún existen. Y pese a que algún día estos lotes cederán su lugar de forma inevitable a fríos edificios de apartamentos, es posible que Nairobi logre mantener buena parte de su exuberante verdor.
Sin embargo, es evidente que no todo es color de rosa y, como en nuestro país, detrás de lo estético y agradable, la pobreza no se puede esconder. Cada calle, cada esquina, deja un rastro de lo difícil que puede ser la vida en la ciudad y de los esfuerzos que tienen que hacer la gran mayoría de sus habitantes para subsistir. El barrio Kibera, considerado como el asentamiento informal más grande de toda África, es una prueba fehaciente de las múltiples dificultades cotidianas que trae consigo la pobreza y que convierten la ciudad en una olla a presión.
En Kibera, las enclenques casas de techos de zinc y paredes de materiales preocupantes se estrujan con facilidad unas a otras. Esconder la pobreza de un área como ésta y evitar que se expanda por todas partes es tan difícil como esconder la naturaleza de Karura. Y el problema es que la pobreza trae inseguridad, y pese a que ésta parece sentirse menos que en Colombia, se ve muy presente en la cantidad de rejas, cercas eléctricas, alarmas y vigilantes que invaden las viviendas. No queda claro si ese exceso de seguridad es estrictamente necesario o si simplemente se fue convirtiendo en un negocio potenciado por los miedos de los habitantes extranjeros con el pasar del tiempo. Confieso que en mi caso aún no logro entenderlo, y motivado por ese temor a lo desconocido, los recién llegados seguimos como borregos la lógica preventiva de armarnos hasta los dientes para disfrutar de lo bueno que tiene la ciudad.
De todo lo anterior, es difícil sacar conclusiones. Se trata simplemente de primeras impresiones que con el pasar de los días pueden ir desapareciendo o, por el contrario, se terminen consolidando. Si nadie tiene la receta perfecta para descubrir y entender su propia ciudad, hacerlo con una ciudad desconocida es una tarea compleja que requiere de mucho tiempo y humildad. Nairobi es una ciudad viva que se está proyectando hacia el futuro y que, como Kenia, vale la pena descubrir a plenitud.
@jfcarrillog
