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Negar toda orilla

Juan Felipe Carrillo Gáfaro

16 de mayo de 2023 - 04:45 p. m.

Después de dos años en Kenia, ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Y no es que les vaya a contar mi vida en esta columna, pero si me parece interesante compartir lo que significa iniciar el cambio luego de una experiencia como esta. Y es que vivir en África ha sido sin duda una de las oportunidades más gratificantes que he tenido.

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Nairobi es una ciudad con un potencial increíble y donde la vida aún se puede disfrutar sin las excesivas tensiones de una capital. La ciudad sigue siendo muy verde, el clima es agradable y las personas, aunque no muy cálidas, manejan una tranquilidad cotidiana que termina seduciendo. Como lo mencioné en alguna columna anterior, es muy poco común que los kenianos suban la voz en las pequeñas discusiones cotidianas y mucho menos que se pongan a pelear por cualquier cosa. Puede haber el trancón del siglo y se podrán contar con los dedos de la mano las veces que uno vea a una persona insultando a otra. Con el pasar del tiempo, uno se da cuenta de que, pese a lo vivido en la época colonialista, los kenianos no tienen las profundas cicatrices de la violencia con las que cargamos los colombianos y que nos hacen explotar en muchas ocasiones por nimiedades.

Adicional a lo anterior, Nairobi es una ciudad donde se vive la interculturalidad de forma sorprendente: los kenianos provenientes de una de las 43 tribus que existen en el país; los kenianos de origen indio cuyos antepasados llegaron de India en el siglo XIX buscando oportunidades de trabajo; los somalíes instalados en la ciudad por razones varias; y la cantidad de personas de todas partes del mundo que trabajan para Naciones Unidas, embajadas y organizaciones internacionales. Entre toda esa multiplicidad de gente, la diversidad se vive a flor de piel y el sentimiento de sentirse “extranjero” se disipa en algo que se asimila más a una especie de ciudadanía universal. Nairobi es un microcosmos de nacionalidades donde la tendencia es aprender a respetar el espacio del otro. No digo con esto que todo sea perfecto ni mucho menos, pero existe una diferencia con esas ciudades donde la posibilidad de conocer personas de otras latitudes es muy reducida.

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A esto se suma la pacífica convivencia entre musulmanes y cristianos/católicos. Estos últimos, pese a ser una mayoría (alrededor de 85 %), no tienen ninguna dificultad en respetar otros cultos e interactuar en permanencia con ellos. En los trabajos con las comunidades se nota la facilidad con la que el Imam interactúa con el pastor, creando verdaderos lazos de interacción religiosa, cuyo objetivo común es preservar las estructuras pacíficas propias de los principios más básicos de estos credos. En muchos lugares de Kenia, la mezquita y la iglesia se encuentran a solo pocos metros y cada creyente lo entiende como parte de su vida en sociedad. En aquellas regiones donde predomina la religión musulmana, como sucede en particular en la costa y la región del noreste, y en general en todo el país, se celebran las diferentes fiestas religiosas y se otorgan días festivos para toda la población. Por ejemplo, durante el reciente fin del Ramadán o celebración de Eid al-Fitr, los musulmanes colmaron los centros comerciales y otros espacios de las ciudades para disfrutar de esta fiesta con sus familias y amigos en un entorno libre de esos prejuicios con los que carga más de medio mundo occidental.

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Sin volver a mencionar en esta columna lo que ofrece Kenia en términos turísticos con sus playas y parques nacionales, iniciar el cambio luego de este maravilloso instante de vida no será fácil. Sin embargo, aún me aferro y confío en la vida de Maqroll el Gaviero: “Sigue los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más humilde fondeadero. Remonta los ríos. Desciende por los ríos. Confúndete en las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla” (A. Mutis, La Nieve del Almirante).

@jfcarrillog

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