En los días anteriores a la posesión de Petro se sentía en Bogotá un cierto optimismo. Luego de los estragos dejados por la pandemia, la recuperación parece ir bien encaminada y los consumidores no se quieren quedar atrás. De igual forma y salvo algunas excepciones predecibles, la prensa en general ha reconocido con mesura las primeras escaramuzas de Petro en el poder y existe una cautelosa paciencia para dejarlo gobernar. Sin embargo, pese a esa sensación de esperanza generada por la dimensión social del programa del nuevo gobierno, sigue habiendo personas que tienen muchas dudas y algo de miedo.
En medio de un juego entre niños, mi sobrina de 7 años expresó el domingo pasado que le tenía miedo a Petro, que era una persona mala y que iba a hacer muchas cosas malas en la ciudad donde ella vive. Personas cercanas han manifestado sus dudas por lo que pueda pasar y prefieren evitar todo tipo de gasto superfluo en caso de que Colombia se convierta en esa temida segunda Venezuela.
Así, pese a esa vibra positiva que despierta Francia, pese a ese décimo punto del decálogo presentado por Petro en su discurso donde promete respetar la Constitución, pese a esas banderas llenas de justicia con el logotipo de la UP durante la posesión, pese a esas intenciones de enaltecer a las mujeres en este país machista, pese a la intención de nombrar ministros competentes, Petro sigue generando desconfianza en una parte de la población.
Entiendo en parte y respeto los temores de esas personas. Al tratarse de algo inédito en un país acostumbrado desde hace un buen tiempo a políticas de derecha, es normal que la llegada de la izquierda al poder pueda generar preocupación. Al colombiano le gusta el statu quo y todo lo que genera cambio le da escalofrío y esta nueva situación no es la excepción. Sin embargo, una cosa es tener algunas dudas y no estar de acuerdo con el personaje, y otra muy diferente tenerle miedo o dejar de vivir la vida de todos los días por eso. Así como le dije a mi sobrina que no tiene por qué preocuparse y que su deber es disfrutar su colegio y sus amigos, les quiero decir a los adultos que aún no creen en esta posibilidad de cambio que le den una oportunidad.
Tener de presidente a un excombatiente de la guerrilla y de vicepresidenta a una mujer afrocolombiana es un triunfo per se. Se trata de la historia de todo un país que ha demostrado que no solo sabe perdonar y abrir las puertas a todos aquellos que buscan la paz, sino también de un país que reconoce y valora la diversidad como parte esencial de lo que somos. Quedarse en la discursiva del pasado de Petro es una jugada sucia que se interpone a cualquier intención de paz en Colombia, y a la posibilidad que todos tenemos como colombianos de pedir perdón, reconciliarnos y hacer algo positivo por el país.
Entre las ideas negativas que circulan por ahí está también la tendencia de ver cualquier acto del nuevo gobierno como una iniciativa “populista”. No tiene sentido ponerle a cada propuesta futura este rótulo sin antes reflexionar sobre sus intenciones y argumentar con aplomo sus falencias. No tiene sentido predisponerse a no reconocer los cambios positivos que nos puede traer este gobierno por el simple hecho de no estar de acuerdo con una ideología y menos aún con una persona.
No es justo que mi sobrina o cualquier otro niño colombiano crea que Petro ha llegado a la presidencia para hacernos daño y acabar con el país. Nuestra esperanza y fuerza interior es lo que nos ha permitido seguir soñando pese a toda la violencia sufrida, y ahora más que nunca hay que seguir creyendo, porque como lo dijo Rubén Blades en Ojos de Perro Azul “El mundo solo será del que camina sin miedo”.
@jfcarrillog