En mi columna anterior, les pedía a los lectores darle la oportunidad a Íngrid Betancourt de ser escuchada y todos decidieron, sin excepción y algo de decoro, expresar su desacuerdo. Es evidente que los pocos comentarios que surgieron de esta columna no son representativos de las tendencias políticas de nuestro país. Sin embargo, me llamó la atención que todos, desde sus posturas de izquierda, de derecha, y a lo mejor de centro, estuvieran de acuerdo en que Íngrid no merece ni siquiera ser escuchada.
Entiendo la rabia de los lectores con las salidas en falso de Íngrid y su eventual desconexión con la realidad del país. Sin embargo, creo que deberíamos esperar un poco cuando empiecen los debates de verdad con los demás candidatos. En ese momento, sabremos a ciencia cierta lo oportunista y descolocada que es Íngrid. Mientras tanto, invito a que no nos lancemos tan rápido a conjeturar lo malo que puede ser un candidato que estuvo secuestrado, o fue guerrillero, o habla como si estuviera tomando trago con amigos, o representa los intereses del partido del peor presidente que hemos tenido.
Parte del problema de nuestra sociedad empieza ahí: todos nos creemos muy vivos, pero a la hora de hacer análisis nos quedamos cortos. Y es que como va la cosa, es muy probable que gane Petro. No solo porque en algún momento de su carrera política hizo un trabajo serio, sino también porque sabe hacer uso de ese populismo de izquierda que busca acabar con la pobreza. A eso hay que sumarle el sinsabor generado por Duque, cuya pasividad e inacción han ido acabando, por fortuna, con las intenciones de esa peligrosa derecha que lo único que ha logrado es polarizarnos cada vez más.
El problema de que gane una persona como Petro no son sus intenciones sino sus maneras. No se trata del fondo, sino de la forma, y de su potencial capacidad de echarse encima a todos aquellos que siguen creyendo equívocamente que, en Colombia, haber dejado el monte por la política no da derecho a nada. Con suerte, Petro gana y se da cuenta de que se puede reconvertir en alguien flemático como Duque, pero con un poco más de cerebro.
De la misma manera que invité a escuchar a Íngrid, los invito a que escuchen a los demás candidatos antes de tomar decisiones del estilo votar por Duque o creer en el corazón grande de Uribe. Mi invitación no es a votar por X o Y, sino a reflexionar bien en este periodo electoral. Mi columna no es para los que están en los extremos y no piensan por nada del mundo abandonar a Petro o al Centro Democrático. Mi columna va para los que, estando posicionados en la izquierda o la derecha, no están convencidos de sus candidatos. El cambio en un país como el nuestro, de chulavitas y cachiporros, conservadores y liberales, paramilitares y guerrilleros, no va a llegar desde los extremos. Y es que a veces hasta el llamado Trump colombiano (porque se pinta las mechas como él dice) parece tener más juicio en sus coloquiales propósitos que toda la maquinaria junta.
Vale la pena tener prudencia y poner algo de atención a lo que digan todos los candidatos si no queremos caer en el abismo de siempre. Vale la pena tomarse el tiempo para escuchar e inyectarle un poco de raciocinio a esas mentes tan “despiertas” de las cuales solemos vanagloriarnos los colombianos. Quizás sea necesario un poco más de reflexión: no vaya y sea que sigamos postergando el legado de todas esas lumbreras políticas que poco o nada han hecho por ayudarnos a salir de la violencia.
@jfcarrillog