Lo sucedido en el partido entre Unión Magdalena y Llaneros deja muy mal parado al fútbol colombiano. Ver en un deporte como este a jugadores “profesionales” estáticos y sin ninguna reacción es una soberana vergüenza. Si eso no es hacer trampa entonces va a ser muy difícil definir qué lo es. Luego salen los directivos de ambos equipos a vanagloriarse por esa basura, por ese acto circense que deja muy mala espina. Salen diciendo que los jugadores de Llaneros pensaron que era fuera del lugar, que el árbitro alargó mucho el juego después de ese gol, que les están apagando la fiesta, que están deshonrando su trabajo.
El video es muy claro y todos los hinchas nos dimos cuenta. Hasta el mismo Duque, que por lo general no se pilla una, se percató de lo sucedido y se indignó. Una indignación futbolera que contrasta con todas esas noticias negativas que recibimos a diario y confirma lo que mencionaba en mi columna anterior sobre la muerte del niño de la comunidad emberá en Bogotá: no fueron muchos los que reaccionaron ante esta tragedia; en cambio cuando se trata de fútbol o de otras vainas, ahí sí todos tienen algo que decir.
En esta Navidad, fiesta de paz y alegría como dice la Novena, las personas que están detrás de esta trampa y de todas esas trampas que afectan a la sociedad colombiana en su conjunto (como en el caso de Jennifer Arias) deben pagar por lo sucedido. El partido debería ser anulado, los jugadores despedidos y los equipos sancionados: se les debería quitar la posibilidad de volver a jugar en ligas profesionales durante un buen tiempo. Es evidente que una decisión así los liquidaría, pero ¿para qué darles una segunda oportunidad a equipos así? ¿Tiene sentido hacernos creer que no es tan grave y que siempre se puede justificar lo que sucedió?
Una vez más entramos en esa absurda y delgada línea donde la ética en Colombia es un saludo a la bandera y nada es “tan” grave, todo parece pintoresco, folclórico, parte de la cultura, una nimiedad. Por eso no sorprende que cuando se toman posturas como la que estoy tomando en este momento, algunas personas se molesten y lo terminen tildando a uno de “moralista”.
Es importante que estemos alerta con lo que sucede a nuestro alrededor cuando se trata de hacer lo correcto: de no manejar con tragos, de no hacer plagio, de no arreglar partidos de fútbol. Si vemos esos actos como poca cosa, no vamos a poder construir paz. ¿Qué le estamos dejando a nuestros hijos si no somos capaces de ver el daño que todas esas iniciativas le hacen a nuestra sociedad? ¿Si les echamos tierra como parte de nuestra idiosincrasia?
La trampa del ciclón bananero, el plagio de Arias, los diplomas de Petro, entre otros, no tienen por qué formar parte de nuestro país por más Banana Republic que podamos ser. Aún es posible creer que este tipo de comportamientos pueden ser sancionados y que tienen consecuencias. Entiendo lo utópico que suena, pero no podemos dejar de creer. Si dejamos de creer, todos los actos que realicemos pensando en el bien común perderán sentido. Aún es posible seguir enseñándoles a las nuevas generaciones que existen unos principios y que no todos seguimos la lógica de la maldita cultura narco. Esa cultura que, con la ayuda de la televisión, medio endiosó a un asesino como Pablo Escobar y sigue dejando rastros de sangre en cualquier esquina.
Digamos no a la cultura de la trampa, a la cultura de la plata a cualquier precio, del poder por el poder, del ganar aplastando al otro. Prefiero seguir creyendo en lugar de bajar los brazos, prefiero darle ese sentido a esta vida y seguir esperando que ese pedazo de tierra llamado Colombia tenga algún día un mejor futuro.
@jfcarrillog