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Bogotá, el metro y lo increíble

Juan Francisco Ortega
13 de agosto de 2015 - 04:33 a. m.
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Desde los años 50 hasta la fecha, nadie en su sano juicio ha discutido que Bogotá necesita un metro. Un sistema de transporte que sea capaz de movilizar un gran número de personas en los puntos neurálgicos de la ciudad.

Los innumerables estudios realizados -que no han sido gratis- revelan con claridad lo que el sentido común apunta. Para una mejora sustancial de la movilidad, un metro desarrollado es crucial. No es suficiente una línea -de hecho, los grandes metros no dejan nunca de construirse- pero por una línea se empieza. Para ejemplo paradigmático, el metro de Madrid. Comenzó a funcionar en 1919 y su última línea ha terminado de construirse hace apenas unos años.

La cuestión es tan clara, para cualquiera que vea que el mundo no empieza en Chía y termina en Soacha, que esta necesidad estaba fuera de duda. Bogotá no hace más que crecer y expandirse. Sus habitantes aumentan continuamente y, la verdad, es que su número sólo se sabe por aproximación. Su población total es un misterio. No obstante, no debe alejarse de los 9 millones de personas. Pensemos que la mayoría de los residentes permanentes en la capital que no nacieron en su territorio, se encuentran censados en sus lugares de origen. Pensar en la necesidad, no sólo de ahora, sino también de la población futura es una responsabilidad y necesidad inexcusable. Y ello es así porque la movilidad es el cáncer bogotano. Todo lo demás, son enfermedades menores.

El Gobierno nacional, consciente como cualquiera con algo de sentido común, vio esta necesidad y se comprometió a cofinanciar mayoritariamente el proyecto. Las sucesivas administraciones, con mayor o menor acierto, proyectaron el metro y el futuro se vislumbraba con algo de optimismo. Justo en este momento, llegaron las elecciones y pasó lo impensable. Uno de los candidatos con opciones a resultar electo señaló la inviabilidad del proyecto. De manera firme, se mostró contrario al metro. Con ese dinero, se dijo, se pueden mejorar las carreteras y se puede aumentar la red de Transmilenio. Una red de Transmilenio que irá por las mismas vías en las que transitan los automóviles privados, haciendo la movilidad particular más compleja. De aplicar esto, ¿qué pasará en diez años? ¿Pico y placa para todos los automóviles cinco días a la semana? ¿Y en el centro? ¿Más Transmilenio de los que hay? El Transmilenio fue una gran medida que debe ser, como señalan todos los informes y como ocurre en las grandes ciudades del mundo, coordinada con otros sistemas de transporte con mayor capacidad de movilidad en número de pasajeros.

El metro es caro. Claro que lo es. Y lo es porque es una solución de futuro, ecológica, rápida, eficaz y sostenible. Además, es una de las mejores obras de ingeniería de las que puede dotarse un país. Es una solución que solventará los problemas de movilidad, de manera real, no poniéndole parches. A más líneas, mejor. Por eso las grandes ciudades no dejan de expandir sus metros. Para el cáncer de la movilidad bogotana, el metro es el tratamiento más efectivo y el resto son calmantes. La cultura del ibuprofeno aplicada al transporte. Para comprobar la efectividad del metro, basta mirar lo que se ha hecho en las grandes ciudades del mundo. Por ello, podemos dirigirnos al futuro o al pasado. Como ciudadano de Bogotá que paga sus impuestos, como se dice en las sociedades angloamericanas, la última opción me estremece.


El autor es Doctor en Derecho y Director del Grupo de Estudios de Derecho de la Competencia y de la Propiedad Intelectual de la Universidad de Los Andes.

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