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El día que aprendimos a decir OXI

Juan Francisco Ortega
09 de julio de 2015 - 04:28 a. m.
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El domingo pasado, el pueblo griego mandó un mensaje claro al mundo.

La política no puede seguir sometida a la dictadura financiera de los elegidos por nadie. La opción que se debatía era entre dar un sí a un acuerdo que, sencillamente, arrasaba lo poco que queda del Estado de Bienestar en Grecia y someter a las clases más humildes a un mayor sufrimiento o, sucumbir a la amenaza de los mercados: O yo, o la muerte. El mensaje del miedo.

El mensaje era claro. O los griegos aceptan seguir hundiéndose en la ruina, pagando una deuda impagable que sólo genera intereses a favor de quienes, una vez más prestan un dinero usurero o, sencillamente, se acaba el mundo y Grecia deja de formar parte del Euro: el famoso Grexit. Decir sí era asegurarse el no salir de la eurozona y aceptar un sufrimiento indecible. Convertir de facto a Grecia, en una especie de colonia financiera de Alemania a través de persona interpuesta, léase la Troika. Decir no, era correr el riesgo de salir del euro y afrontar por libre su propio destino. Poder construir una economía que, aún con sufrimiento, respetara los derechos fundamentales de los griegos.

Y el pueblo griego dijo no; oxi en la lengua helena. O nos quedamos con un acuerdo justo o, si nos tenemos que ir, nos vamos. Y ello es así porque, como ha señalado entre otros Jack Lew, el secretario del tesoro norteamericano, la deuda griega es impagable y precisa una quita. Y lo es por varias razones. En primer lugar, tras tres años de pagos continuados y medidas de austeridad que han expulsado a más de tres millones de griegos del sistema sanitario y hecho perder casi el 45% del poder adquisitivo a sus pensionados, la deuda no ha hecho más que crecer. En segundo lugar porque, los sucesivos rescates o la ayuda financiera –que no es ni lo uno ni lo otro sino un mero préstamo usurero- ha ido a parar en su mayoría al pago de intereses de quienes prestan el dinero, llegando muy poca de esa liquidez al mercado heleno para reactivar su economía. En tercer lugar porque, no toda la deuda, es lícita. La troika, en buena medida con el exceso de liquidez de Alemania, prestó dinero a los griegos para que contrataran con sus empresas –desde la creación de vías hasta la venta de submarinos que no flotan a la marina griega- con grandes y conocidos casos de corrupción por medio.

El gobierno griego, que recordemos seguía a pié juntillas como niños obedientes los dictados de la Troika, es decir, de los que mandan de verdad, para entendernos, fueron los responsables de esta tragedia. Pero también lo fueron quienes prestaron el dinero con un afán de lucro desmesurado. Y ello es así porque para poder prestarlo, convencieron al gobierno griego de falsear las cuentas. Y bien lo sabe el Sr. Mario Dragui, actual presidente de Banco Central Europeo, que era el cerebro financiero que asesoró al gobierno de Lukas Papademus, entonces presidente del Banco Central Griego, para realizar tamaña acción de ingeniería financiera.

Ante esta situación, el no griego fue rotundo y la sorpresa de la Troika monumental. Tan poco acostumbrados están a que no les tengan miedo que, lo primero que dijeron muchos de sus representantes y acólitos, es que preguntarle al pueblo era una falta de responsabilidad. El ejericio de la democracia es irresponsable según ellos. Puro paroxismo. O nosotros, o la muerte. Posteriormente, las opiniones variaban entre las extremistas de Schäuble -el ministro de finanzas alemán que bien podría recordar cómo su país sufrió una quita de más del sesenta y seis por ciento de su deuda por reparaciones de guerra en 1953 en el llamado Pacto de Londres, siendo Grecia una de los acreedores- hasta las más moderadas de otros sectores políticos. Y se sigue negociando. Alexis Tsipras, respaldado mayoritariamente por su pueblo, es claro. Los griegos están dispuestos a hacer recortes y pagar la deuda siempre que sea pagable. Como el caso alemán en el 53. Y esos recortes deben realizarse por arriba, no por abajo. Lucharán contra el fraude fiscal, ajustarán las pensiones más altas y los salarios de manera moderada, reactivarán la economía con liquidez para poder recaudar más y pagar antes. Pero no se va a pagar una deuda impagable a costa de la sanidad pública. Antes vivos deudores que muertos solventes. Puro sentido común.

Y luego, por supuesto, están los bufones como el Ministro de Asuntos Exteriores español que dice que el gobierno griego es como el moroso de una comunidad de vecinos que “aparece en una junta de comunidad diciendo que por votación con mis hijos y mi mujer hemos decidido no pagar las cuotas y que además vamos a ampliar la terraza”. En este caso, los vecinos no son familiares ni hermanos –aunque los socios europeos debieran comportarse como tales- y la solución, tanto para el vecino moroso como para la comunidad, no es asfixiarlo económicamente sino proponer un plan de pagos razonables que beneficie a todos. Teniendo en cuenta que Grecia no ha hecho sino recortar en los tres últimos años, lo de la terraza no tiene sentido. Hasta en el ejemplo es malo.

Y en eso parece que están los socios europeos, negociando después de que si ganaba el no, el mundo se acababa. En el fondo, es un juego de casino. Todos saben que un Grexit sería un tiro en el pie para la zona Euro. La moneda se depreciaría porque muy pronto comenzarían las apuestas por saber qué país sería el siguiente. Esperemos que se llegue pronto a una solución. No pierdo la esperanza. Si un tipo como Margallo llegó a Ministro en España, todo es posible en Europa.

Juan Francisco Ortega Díaz es Profesor de Planta y Director del Grupo de Estudios de Derecho de la Competencia de la Universidad de los Andes.

@jfod

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