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Europa en la encrucijada

Juan Francisco Ortega
02 de julio de 2015 - 04:41 a. m.
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El ultimátum que la troika ha cursado a Grecia simboliza, con total claridad, la naturaleza real del actual proyecto europeo.

La proceso de construcción, que se presentó como una unión de personas, capitales y mercancías, unidos bajo el espíritu de la solidaridad común de los pueblos de Europa, se presenta, a día de hoy, como una patraña al servicio de los poderes financieros.

A estas alturas del desarrollo de los acontecimientos, varias cuestiones parecen claras. La creación del Euro fue un sueño fallido. Un experimento que, realizado sin una política fiscal común, ha creado asimetrías evidentes entre las distintas economías nacionales que conforman la Unión. Esta asimetría, unido a la renuncia por parte de los Estados de su política monetaria, ha conllevado que la misma sea adoptada por un Banco Central Europeo al que, en realidad, no ha elegido nadie. Sus decisiones, siempre a favor de los mercados, una entelequia a la que tampoco eligió nadie y que en realidad representan a los intereses de los grandes inversionistas financieros, han generado la conciencia de que el poder político es un mero poder formal. La política sometida a la dictadura de la economía, esto es, sometida a la decisión de veinte o treinta fondos de inversión.

Esta renuncia de la política se ha visto con claridad en el caso Griego. Los funcionarios de la troika, los llamados hombres de negro, quienes ocuparon el Ministerio heleno de finanzas y arrasaron la soberanía nacional, convirtiendo al país en una colonia de los acreedores –léase especialmente Alemania- es el más claro exponente de ello. Y la realidad, simplificándola pero no falseándola, es relativamente sencilla. Grecia tiene una deuda impagable con sus acreedores –especialmente Alemania y sus socios europeos- quienes otorgaron crédito de manera irresponsable sin medir las consecuencias. Y tal y como actúa la banca en cualquier parte del mundo, pareciera que la actividad financiera estuviera exenta de riesgo cuando, en realidad, es justo lo contrario. A los acreedores, poco les importa que la deuda sea impagable, que para hacerlo, se suma en la miseria a los pensionistas y trabajadores griegos, que se recorten sus derechos fundamentales y que, sencillamente, si tienen que morirse, se mueran. Lo más impresionante es que, el gobierno de Samarás, un sátrapa proveniente del mundo de la banca, aplaudía todas estas decisiones. La decisión sólo puede ser una, una quita que haga posible el pago de la deuda y que permita una inversión en el sector público que active una economía paralizada. No obstante, no es eso lo que la troika y los socios europeos parecen querer. El fin no es la recuperación de la economía griega y la defensa de los intereses de los ciudadanos europeos. El fin es satisfacer los intereses de los inversores financieros; los mismos sectores que fueron rescatados con dinero público europeo en los años 2009 y 2010. El colmo del paroxismo y de la desvergüenza.

¿Debe aceptar Grecia este suicidio que propone la troika y sus socios europeos? La respuesta es un radical no. Nobeles en economía, como Stiglitz o Krugman, y cualquiera con un poco de sentido común, apoyan esta decisión. Alexis Tsipras, uno de los pocos tipos decentes que parecen quedar entre los líderes europeos, ha hecho una cosa que algunos, como Juncker, el presidente de la Comisión Europea, ha calificado como “irresponsable”: convocar un referéndum para consultar al pueblo griego. A los representantes de los “mercados”, eso de que el pueblo decida democráticamente, le parece “irresponsable”.

¿Y si no se llega a un acuerdo, que pasará? Pues sucederá el Grexit, la salida de Grecia del Euro. El descalabre no será sólo griego sino también europeo. La duda quedará en el aire. ¿Quiénes serán los siguientes? ¿Los portugueses, los italianos? Y ese aire será irrespirable. La fiabilidad del euro quedará en entredicho y la ola afectará a todos los países integrados en dicha zona económica. Un aire al que nos han llevado los dirigentes estúpidos, ineptos, indecisos pero, sobre todo corruptos, que han preferido defender los intereses de quienes les pagan a los intereses de quienes los eligen. Y luego se extrañan de que, grupos fascistas como el Frente Nacional francés, obtenga brillantes resultados electorales. Unos nuevos líderes, para una nueva Europa social y democrática, resultan imprescindibles. Ojalá lleguen pronto.

 

Juan Francisco Ortega Díaz
@jfod

Director del Grupo de Estudios de Derecho de la Competencia y de la Propiedad Intelectual de la Universidad de los Andes

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