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Dice el procurador Ordóñez, y repiten como marionetas sus congresistas de bolsillo, que la legalización de las drogas traería como resultado un incremento del consumo.
Es una verdad a medias, como todas las que emite el procurador: es como si se tapara un ojo antes de hablar, como si sólo viera medio mundo. Se trata de una más de las ideas recibidas que campean en este debate. Las ideas recibidas: esos pensamientos automáticos que se repiten sin fijarse en lo que se dice, sin pruebas de su veracidad ni conciencia de sus implicaciones, simplemente porque demuestran la pertenencia a un determinado rebaño o porque no se tiene otra cosa mejor que decir. Yo suelo volver al diccionario que redactó Flaubert al final de su vida, aunque sólo sea para fascinarme con lo poco que han cambiado algunas cosas. Ejemplos que escogió Flaubert: “Aire: hay que cuidarse de las corrientes de aire”. “Bases de la sociedad: la propiedad, la familia, la religión. Hablar con cólera si se las ataca”. “Absenta: veneno extraviolento. Los periodistas lo beben mientras escriben sus artículos”.
En el mundo del procurador Ordóñez, los periodistas ya no escriben con absenta, sino entre porro y porro. Pero el fondo es el mismo. Hacer política en estos tristes tiempos también es repetir ideas recibidas, y a eso se dedica con admirable constancia (y no menos admirable desvergüenza) el procurador: a dar voz a los propios prejuicios infantiles, a las propias supersticiones baratas, a las imágenes enloquecidas que aparecen en su cabeza cuando se imagina ese otro mundo lleno de gente mala: gente que no es como él. En ese mundo inverosímil, bastará con que se legalice la droga para que la gente se lance furiosamente al vicio, y más pronto que tarde seguirán el robo, el ateísmo, el sexo y el rock-and-roll. Es un mundo peligroso, pues para el procurador y los suyos es evidente que defender la legalización de las drogas es promover y aun recomendar el consumo. Ésta es otra de las ideas recibidas. Van por ahí, tan tranquilas, y quienes las profieren no se han parado dos segundos a pensar en ellas. Bajo “Drogas”, Flaubert hubiera escrito lo mismo que dice el procurador: “La legalización incrementa el consumo”.
Pero no es cierto, o por lo menos no hay prueba de que lo sea. Tras una encuesta que se hizo en Holanda en 2006, 20% de los adultos holandeses dijo haber fumado marihuana. En 2008 se hizo otra encuesta en Estados Unidos: el resultado fue del 41%. Holanda es un país de políticas permisivas donde el consumo personal no está penalizado; en Estados Unidos, por otra parte, una gigantesca maquinaria de 40 años de edad persigue y condena —penal y moralmente— a los consumidores de marihuana. Y sin embargo el consumo es menor en el país más permisivo; también es menor el crimen. Pero son estas cifras las que nunca llegan al escritorio de Uribe o de Ordóñez, aunque sí llegaron a los de César Gaviria o Juan Manuel Santos. Otra cifra interesante es el número de muertos que el narcotráfico ha producido desde esos estudios. Esos muertos no son víctimas del consumo de marihuana, sino de las múltiples guerras que defienden un negocio ilegal y lucrativo, o lucrativo por ilegal.
Bajo “Marihuana”, Flaubert hubiera escrito: “La mata que mata”. Y entonces se hubiera puesto a reír.
