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La guerrilla y la sociedad civil

Juan Gabriel Vásquez

15 de agosto de 2013 - 05:06 p. m.

Las Farc, entre cínicas e insolentes, nos cuentan desde La Habana que la democracia colombiana es defectuosa. No le descubren nada a la sociedad civil de este país, que todos los días se enfrenta con pies y manos, pero sin armas, a la corrupción, el clientelismo y las mafias.

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Bien al contrario, la incómoda verdad es que en las últimas cinco décadas, mientras la guerrilla llevaba a cabo su lucha violenta, ha sido la sociedad civil colombiana la que ha logrado las conquistas, los avances y a veces las meras resistencias que han impedido mayores desastres en nuestra imperfecta democracia. Un vocero de las Farc denunciaba hace poco las violaciones cometidas por las Fuerzas Armadas. Pero fue la sociedad civil —el periodismo, la opinión pública— la que sacó a la luz los falsos positivos y forzó la destitución de los culpables. Fue la sociedad civil y desarmada, y no las Farc, la que se enfrentó a los gobiernos que en los últimos años espiaron y amedrentaron con el pretexto de la seguridad. Fue la sociedad civil y desarmada y pacífica, y no las Farc, la que lideró los debates más notables sobre el modelo de país que queremos, desde la Séptima Papeleta hasta el hundimiento de la reforma de la justicia en 2012.

Mientras la sociedad civil ha dado esas batallas, ¿qué ha dejado la guerrilla? Un reguero de muertos o de supervivientes de vidas rotas a los que todavía no da la cara. Su absurda pretensión de impunidad, de pasar directamente del crimen de lesa humanidad a la curul privilegiada, es inaceptable y cobarde, y además puede muy bien lanzar al país a las manos de una derecha fanática y guerrerista. Esa derecha, opuesta a la derecha democrática que también existe aquí —aunque su voz resulte menos audible en medio del barullo de los fanáticos—, esa derecha defensora a muerte de un Estado inequitativo y cerrado, se ha alimentado políticamente de cada atrocidad que ha cometido la guerrilla y se sigue alimentando de cada pretensión irresponsable (es decir: reacia a reconocer su responsabilidad en el conflicto) que lanzan desde La Habana.

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Los negociadores de las Farc se han quejado mucho de esta democracia, pero siguen negándose a incluir, en medio de tanta discusión sobre las estructuras de participación política, el reconocimiento de las víctimas. Uno de ellos hablaba esta semana de subir los impuestos a los latifundistas y así financiar un fondo de compensación de las desigualdades regionales; cuánto le gustaría a la sociedad civil oírle hablar, por ejemplo, de un fondo de reparación para las víctimas de minas antipersonas, o de secuestros, o de atentados con objetivos civiles. Pero no: lo que hay son desplantes. “De las víctimas se hablará en su debido momento”, dijo (entre el cinismo y la insolencia) un negociador. Pero la sociedad civil sabe que la única manera de llegar a esa paz imperfecta y conflictiva que nos espera es hacer que el momento de las víctimas sea ya. A ver si todo este desgaste brutal que es el proceso de paz, que ha enfrentado y polarizado a los colombianos más que nunca, no termina siendo uno de esos fracasos que no sirven para nada. Pues puede ser que la sociedad civil no sepa a veces por qué apoya el proceso; pero cuando deje de hacerlo, señores de las Farc, tendrá muy claras las razones.

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