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Las pesadillas diurnas de Edgar Allan Poe

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Juan Gabriel Vásquez
25 de enero de 2009 - 03:00 a. m.
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LA EDITORIAL PÁGINAS DE ESPUma acaba de publicar los Cuentos completos de Edgar Allan Poe, en la traducción de Cortázar, y pidieron a un escritor distinto que prologara brevemente cada cuento. Esto fue lo que escribí:

Lo peor que le puede pasar a un lector de Poe es serlo también de Henry James, que famosamente dijo: “el entusiasmo por Poe es la señal de un estado de reflexión decididamente primitivo”. Yo siempre me he visto dividido entre esas dos lealtades, y a menudo he querido desterrar a Poe el primitivo en beneficio de James el sofisticado, para luego entender que son también los primitivos —Poe, Melville, Twain— los que han sentado las bases de la mejor ficción contemporánea. A Poe, poeta mediocre, le debemos algunos ensayos magníficos, y se suele decir que le debemos también la invención de un género (el policial, que nace con “Los crímenes de la rue Morgue”). Pero para mí lo que hace que Poe sea Poe no son los razonamientos de Dupin: son los horrores sin fin que nos dejó en cuentos como “Ligeia”, “La caída de la casa Usher” y “Berenice”. “La verdad sobre el caso del señor Valdemar” pertenece a esta familia. Con este cuento, como con los otros, están hechas las pesadillas de nuestra niñez, que son las que de verdad duran.

El narrador del cuento no es distinto de otros narradores de Poe: estridente, grandilocuente, menos propenso al ensayismo que algunos pero más tendiente que otros a los signos de exclamación. Aparte de su entusiasmo por la hipnosis y de la P inicial de su nombre, no se identifica más que como testigo de unos hechos. No son, por supuesto, unos hechos banales: se trata de la muerte de un hombre y de los experimentos hipnóticos que se llevan a cabo —con su consentimiento— sobre el moribundo. Según el narrador, ha salido a la luz “una versión tan espuria como exagerada que se convirtió en fuente de muchas desagradables tergiversaciones”, y es por eso que ahora él se ve obligado a dar a conocer los hechos tal como sucedieron. Es un procedimiento al que Borges, por ejemplo, le tenía mucho cariño: casi todos los relatos de El informe de Brodie (que no es precisamente un libro à la Poe) están construidos de la misma forma. Pero sobre todo es un procedimiento que neutraliza, convirtiéndola en un caso clínico que se examina con objetividad, la realidad molesta de los cuentos de Poe: que todos esos horrores, en el fondo y literalmente, le ocurrieron a él.

A Poe le gustaba decir que sus cuentos salían de pesadillas diurnas, pero su idea romántica de la pesadilla también incluía la resaca alcohólica y el abuso del opio. Vivía con naturalidad en lo macabro: su matrimonio con una niña de trece años, que para colmo era su prima, y que para colmo del colmo sufría de una cierta deficiencia mental, no puede verse como un accidente. La descomposición de Valdemar, por esta lógica, sale de la vida de Poe con tanta naturalidad como sus historias de sadismo y necrofilia: es el primer escritor de cuentos góticos que se puedan llamar autobiográficos. Pero más allá de esos detalles, la historia del hombre que es mantenido vivo más allá de la muerte puede muy bien ser el primer cuento de zombies, así como “Los crímenes” es el primer cuento de detectives, y Poe puede entonces ser el fundador —también— de esa tradición. De Poe a Stephen King: ¿quién lo iba a decir?

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