Difícil que haya dos personas más diferentes en todo como Gabriel Boric, presidente de Chile enfrentado a la crisis de su proyecto político, y Lesly, la niña indígena uitoto de 13 años, sobreviviente del reciente accidente aéreo en el corazón de la selva del Guaviare, quien les salvó la vida a sus tres pequeños hermanos (uno de ellos de solo un año de edad), luego de 40 días a merced de una naturaleza desafiante. Pensando en lo que han realizado, en su comportamiento ante situaciones complejas, literalmente de vida o muerte —la política para Boric, la existencial para Lesly—, encuentro en ambas experiencias, a partir de una observación a la distancia, un elemento común para resaltar, que puede ser valioso para abordar o al menos acercarnos a la tempestad en que estamos sumidos en Colombia.
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Lo primero y fundamental es que en las dos situaciones primó la serenidad para enfrentar una situación que en principio los superaba. Serenidad nacida de la confianza en que las dificultades tenían una salida. En el caso de Lesly, sustentada en un conocimiento ancestral incorporado a su conocimiento instintivo. Para ambos, el camino no era el desespero, pateando la mesa política en un caso y en el otro, corriendo “como alma en pena” a buscar, sin ton ni son, una salida a la dramática situación de supervivencia. En ambos casos se impuso una actitud de humildad para comprender que el impasse solo era superable con serenidad para mirar el entorno desafiante en el que se estaba, con el ánimo de entenderlo y, sin desesperarse, buscar la salida, que en ambos casos dependía de lo que se hiciera.
Y esa actitud, nos lo enseñan las dos situaciones que analizamos, debe estar envuelta en un espíritu de humildad, pues tanto en la política como en el corazón de la selva amazónica la salida del enredo dependía de la capacidad para comprender o al menos intuir la realidad y hacerlo con una actitud abierta, de escuchar y observar dejando que ella literalmente hablara, como condición necesaria para tomar la mejor decisión, que no fuera producto de impulsos, que muchas veces son simples arrebatos, alejados de toda reflexión, de toda ponderación de la realidad y de sus posibilidades de salida.
Y miro la situación que estamos viviendo en Colombia y no puedo dejar de pensar que acá en la arena política, en la discusión pública está sobrando la soberbia alimentada por la falsa pretensión de que se tiene la clave del futuro. Clave que debería ser fruto del análisis lúcido y humilde de nuestras realidades; deberíamos dejarnos interpelar por ella. Pero no, son el producto de soberbias y mentirosas posiciones ideológicas, generalmente fantasiosas y rebosantes de emociones —de rabia o de miedo, poco importa porque inciden de igual manera en las decisiones. El maestro y principal responsable de ello es Gustavo Petro, quien cuanto más debilitado políticamente, más irresponsable se vuelve en sus planteamientos que envuelve en discursos a la humanidad y al mundo, que copan el espacio y la atención de lo que debería ser su gestión como gobernante.
Con el presidente vemos en acción una vieja estrategia: que cuando la situación se complica y el horizonte se oscurece, la salida no es parar, reflexionar y corregir, como inteligente y responsablemente está haciendo Boric en Chile e hizo Lesly en la selva, sino agachar la cabeza, como toro bravo y embestir buscando superar la crisis; es la estrategia “de la fuga hacia adelante” que, si bien modifica la situación, muchas veces la agrava sin solucionarla. Comportamiento presidencial alineado con el viejo principio revolucionario de “agudizar las contradicciones” para lograr la crisis final que se supone abrirá el camino a la solución. Es lo propio de los autócratas, de los mesías autoritarios, pero no de la democracia y de los acuerdos que construyen, abriéndoles el camino a transformaciones posibles. Gracias a ese comportamiento instintivo o reflexionado, Lesly y sus tres hermanos están vivos y, en Chile, la democracia madura y avanza sin sobresaltos, lo contrario de nuestra triste y preocupante realidad. Petro no reconoce que nuestra transformación como sociedad, que muchos reclamamos, no es milagrosa ni impuesta, es política y democrática.