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Por razones de trabajo y simplemente por cosas de la vida, cada vez voy con menos frecuencia a mi tierra, a mi Medellín y Antioquia. Pero siempre me llevo sorpresas, pues, como les digo a mis amigos, mis paisanos son duros para lo bueno y para lo malo; allá la mediocridad no tiene cabida. Como toda exageración, esto tiene algo de verdad.
Ahora lo que me impactó fue el auge o la moda del negocio turístico que se apoderó de la ciudad. Pero de un turismo nefasto alimentado por la capacidad empresarial local, teñida de rebusque y oportunismo, volcada a conquistar ese nuevo dorado y para ello encuentra la mesa servida, porque la cultura paisa tiene en su ADN ser abierta y amable, como buenos comerciantes que somos; donde hay negocio, ahí estamos. Hace años Alberto Lleras afirmaba que el turismo prostituye a las regiones, a sus comunidades, que acaban vendiéndose por dinero al que llegue, enterrando su cultura y alma, entregándose sin restricción alguna, en el altar de la ganancia, a la que todo sacrifica.
Pues bien, la realidad del actual auge turístico, que en principio podría considerarse inobjetable en Antioquia ha adquirido condiciones que me traen a la memoria lo dicho por Alberto Lleras. Es claro que la apertura de las sociedades y de las economías, hoy disparada luego del encerramiento por la pandemia, reforzó el afán de independencia, de individualismo, de viajar por la vida ligero de equipaje; de estar en todas partes y en ninguna; como decía una vieja canción, no soy de aquí ni soy de allá. Y con él nace un mundo sin restricciones, donde si se tiene dinero, todo se vale y en donde conseguirlo es igualmente una tarea sin límites ni condiciones. Como decían muchas mamás en las comunas de Medellín: “mijo, consígalo y punto”. Vivimos en un gran mercado sin límites ni para el que ofrece ni para el que demanda; se trata simplemente de satisfacer una necesidad, no importa cuál sea esta ni cómo se satisface. Si tengo necesidades o aspiraciones no satisfechas, simplemente hágale, una expresión bien paisa.
Un mundo de necesidades insatisfechas de unos y otros; los unos para sobrevivir cuando “las posibilidades decentes” se cierran y las necesidades no ceden, y los otros, los que tienen la capacidad de satisfacer sus deseos, solo lo hacen enfrentando impunemente la incapacidad de control de unas autoridades incompetentes o cómplices, que para el efecto poco importa. Unas autoridades y amplios sectores sociales son presos de la complacencia o la necesidad. Acabamos convertidos en una nueva Tailandia, en el paraíso terrenal de la droga y el tráfico sexual, especialmente de jóvenes y aún niños, al extremo de lo que viene de denunciar Luz María Múnera, excongresista y exconcejal de Medellín: extranjeros que en barrios populares y por unos pesos dejan su pasaporte “en garantía”, escogen a su víctima o presa y se la llevan para hacer con ella lo que quieran; saciados, la devuelven y recuperan su documento.
¡Qué infamia, qué vergüenza como sociedad! Y un gobierno indigno, que parece vivir en otra ciudad. En este punto solo viene a mi mente una terrible estrofa de León de Greiff sobre su gente, mi gente, que antes había considerado excesiva, pero a la que hoy le doy toda la triste razón: “Chismes, catolicismo y una total inopia en los cerebros… Cual si todo se fincara en la riqueza, en menjurjes bursátiles y en el mayor volumen de la panza”.