El encontrón programado

Juan Manuel Ospina
20 de abril de 2017 - 04:30 a. m.

Desde el Viernes Santo me he hecho repetidas veces la pregunta de qué hubieran pensado Misael Pastrana o Álvaro Gómez o Alfonso López o Carlos Lleras o Virgilio Barco no de la reunión, que no la hubo, sino del encontrón programado de los expresidentes Uribe y Pastrana con Donald Trump.  

 Y las razones para que coincidieran en el punto es que no se trató de dos turistas extraviados que se topan con el presidente de los Estados Unidos, le dan la mano, conversan rápidamente contándole de dónde vienen y finalmente se toman la consabida foto, que por cierto faltó en el encuentro reseñado,  sino de dos personas con responsabilidades frente a un país que gobernaron durante 12 años, que tienen una representación política de numerosos colombianos y cuyas opiniones pesan, pues no son simples comentarios o quejas respecto a la situación interna del país. Y por esa misma razón no pueden ir alegremente por el mundo exponiéndolas, sobre todo cuando el receptor de sus afirmaciones es nada menos que Donald Trump con todo su poder e impredecible manera de actuar, en especial cuando considera que los intereses de Norte América están amenazados, como podría ser el caso de Colombia con el narcotráfico, pues a sus ojos podemos perfectamente hacer parte de esos latinos malos que están envenenando y matando a unos inocentes pero poderosos compatriotas suyos.

 Es universalmente aceptado que las diferencias internas, por graves que sean, no pueden entrar a jugar en las relaciones internacionales de los países pues con ello simplemente se debilita su posición y se agravan las diferencias internas, aunque a los interesados les permita obtener ganancias electorales generalmente efímeras. La sabiduría popular definió este punto fundamental de la convivencia y el respeto: la ropa sucia se lava en casa. Si no fuera así, de entrada se confirmaría que sobra un servicio diplomático, costoso e inútil cuando hoy los gobernantes, por fuera de todo canal regular, se comunican directamente y tuitean sus posiciones; y la oposición sale al exterior a hacer sus denuncias frente a sectores con los cuales tienen identidad o afinidad política o ideológica, pues no se trata de exponer y aclarar situaciones internas del país, sino de generar un apoyo político a sus planteamientos que presentan como convenientes para el país.

Otro punto reprensible del comportamiento expresidencial es presentar la situación interna del país como una amenaza para la región, equiparable a la situación venezolana donde la voz internacional es fundamental,  frente al paso de un gobierno autoritario, el de Chávez, a uno de corte y prácticas crudamente dictatoriales, el de Maduro. Cualquier comparación de la situación de los dos países implica un desconocimiento monumental de la realidad, tal vez se trata  simplemente de una expresión criolla de la posverdad, ahora tan de moda especialmente con el contertulio Trump que puede sonarle muy bien. Una realidad que no permite equiparar la desafortunada gestión de los expresidentes con la de la oposición a la dictadura venezolana. Esa falaz comparación  simplemente busca agitar el monigote asustador de la amenaza castrochavista, creación de la fértil y políticamente efectiva imaginación de Álvaro Uribe.

En fin, el evento del almuerzo del Viernes Santo es otro evento significativo del envilecimiento de nuestra política, en momentos en que la coyuntura mundial no está para hacer gracias como la acá comentada, y el país está más desencuadernado que nunca, para rescatar una expresión gráfica y precisa de Carlos Lleras. Urge, hoy más que nunca, cristalizar una gran concentración nacional que permita superar la polarización uribista-santista y  poner los problemas nacionales prioritarios no resueltos en la agenda de un trabajo responsable y solidario; menos mal que llega el momento político para hacerlo, única manera de enterrar o al menos marginar unos debates que no conciernen al futuro y mantienen vivo un pasado que el país necesita superar  y eso solo es posible con acciones compartidas, no manteniéndose en una pelea estéril para el país nacional y poniendo quejas a los vecinos. Definitivamente ni con Santos ni con Uribe.

 

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