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La conflictiva minería

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Juan Manuel Ospina
16 de marzo de 2023 - 02:02 a. m.
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Colombia desde tiempos prehistóricos ha tenido en su alma la minería y los minerales; basta visitar el Museo del Oro. Para España éramos oro y nada más. Luego vendría el carbón y ya en el siglo pasado, el petróleo y finalmente el gas. Históricamente la minería ha sido la fuente, la base permanente, de nuestra riqueza, especialmente el oro. Riqueza arrebatada a la naturaleza y al hacerlo, la hemos herido gravemente, con impactos ambientales se dice ahora, en territorios dispersos escogidos por el capricho de la naturaleza y no de una racional decisión humana. Territorios donde el Estado con su autoridad y normas ha sido el gran ausente, convertidos en reino de la ilegalidad, la arbitrariedad y de los poderes no estatales (“paraestatales”).

En ese rico escenario históricamente privado de una presencia estatal efectiva, se estableció no solo la empresa minera que fue española durante La Colonia, inglesa en el siglo XIX y transnacional en los tiempos presentes, sino también y desde un principio, la miríada de pequeños rebuscadores de ingresos y de subsistencia, movidos por el sueño de enriquecerse, escarbando y lavando arenas en los cauces y orillas de ríos que arrastran el mineral; a la vez suelen ser pequeños agricultores y pescadores, localizados a las orillas de esos cauces, desde la región Pacífica a la Caribe. Un escenario múltiple con su propia dinámica y reglas, donde reina “el sálvese quién pueda” y la supervivencia del más fuerte; son los hechos y no las normas los que definen las reglas del juego. Una minería ilegal, que es informal pero no criminal, por carecer de los títulos que autorizan formalmente la explotación de un recurso que es público.

Las organizaciones criminales vieron el gran negocio que podían controlar, como en efecto sucede hoy, y lo hacen en un criminal maridaje con el narcotráfico, pues muchos de los territorios con riqueza aurífera son igualmente óptimos para los narcocultivos. En ambos, las organizaciones criminales encuentran una población, básicamente de origen campesino, dedicada al rebusque, a la lucha por la supervivencia, convertida en verdadera carne de cañón para narcotraficantes y explotadores de la minería ilegal del oro, en territorios donde el Estado y sus reglas suelen brillar por su ausencia.

La gran minería navega en esas aguas tormentosas, entre la tentación de la ilegalidad y la amenaza del crimen. Los criminales necesitan de los pequeños como mano de obra y proveedores de oro, pero sobretodo como escudos humanos, socialmente valiosos contra la acción estatal; les permiten camuflar su labor criminal. Es lo que hoy viven en el Bajo Cauca y en Nechí, permitiéndoles que atacar su actividad criminal sea presentada como ataque a los pequeños.

El Estado no tiene más alternativa que enfrentar una criminalidad que ahora pretende envolverse en la bandera de la paz total petrista. Y simultáneamente es urgente poner en marcha una política inteligente y realista para formalizar esa pequeña minería, pues no hacerlo le abrió el camino a la tragedia social, ambiental y política que se está viviendo, y no de ahora ni solo en el Bajo Cauca. El Código de Minas expedido en el 2001 sigue sin reglamentación, es decir es letra muerta a pesar de tener en su articulado sobre minería ocasional, legalización minera, proyectos mineros especiales, regímenes asociativos y economía solidaria, pistas e instrumentos para coger el toro por los cachos. El problema avanza deteriorándose y no da espera, mientras tanto los distintos gobiernos, incluido el actual, solo atinan a decir, hay que expedir un nuevo código minero. Como de costumbre, mucha palabrería y alharaca, pero poca decisión y ninguna acción, mientras tanto avanzan el conflicto, la injusticia y la amenaza de más violencia, oscureciendo el horizonte mientras se aplaza la necesaria decisión. La historia pasará cuenta de cobro, de eso estoy seguro.

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Atenas(06773)16 de marzo de 2023 - 09:19 p. m.
En la tradicional confusión de términos q’ golpea a nuestra subcultura, pretender corregir el despelote q’ reina en la minería ilegal a punta de nueva legislación, no siendo capaces de hacer cumplir la anterior, es como añorar elevar un globo sólo con suspiros. Olvidando q’ esa actividad, y otras similares, prosperan donde no hay suficientes fuentes de empleo y q’ algo ha de ponerse hacer la gente.
Fernando(70558)16 de marzo de 2023 - 05:48 p. m.
Tiene razón el columnista al mostrar la utilización que las bandas criminales hacen de la minería "ilegal" que debería llamarse ARTESANAL. La reglamentación del código minero es una urgencia, sin descuidar otros asuntos de mayor prioridad. Lo que pasa es que apenas llevamos 6 meses y los obstáculos y palos en la rueda que vienen atravesando los enemigos del cambio y La Paz social, hacen que la gestión se torne aún mas lenta.
HELBERT(40077)16 de marzo de 2023 - 05:34 p. m.
No habrá reglamentación al Código Minero ni reforma ni acción alguna porque esto significaría que la ministra trabaje. Y ella no lo hace. No presenta documentos o estudios serios. Habrá, sí, con toda seguridad declaraciones y más declaraciones. Pero ni una acción en pro del bienestar de los mineros, sean grandes, chicos, medianos, formales o informales. Nada harán esté usted seguro de ello
Daniel(41805)16 de marzo de 2023 - 02:39 p. m.
Hay que formalizar esa minería, así no tuviera grupos criminales detrás, la minería artesanal, desordenada y sin control, genera una contaminación insostenible. Hace bien el gobierno en enfrentarla. No debe ceder.
Leandro(exbqo)16 de marzo de 2023 - 11:16 a. m.
Desde hace 20 años, cuando se acentuó el maridaje entre narco-paramilitarismo y minería ilegal y al negocio después se sumaron las guerrillas, los ríos de Colombia están en peligro de destrucción amenazados por hordas de langostas que andan detrás de los terrones que dejan las retroexcavadoras y dragas, que impunes, destrozan muchas regiones de Colombia. De herencia quedarán ecosistemas y tierras arruinadas y niños descerebrados, como consecuencia del mercurio en aguas y peces.
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