Los ciudadanos volvieron a expresar, esta vez en uno de los faros de la democracia occidental, su hartazgo con la política y con sus principales actores colectivos, los partidos políticos. Francia ha visto nacer y morir organizaciones partidistas —que contrasta con la permanencia de los partidos ingleses—, pero siempre se ha mantenido la división, fuerte y contrastada, entre “familias ideológicas” que permanecen, aunque su vehículo de expresión electoral se modifique. El domingo se repitió la escena.
Los dos candidatos Emmanuel Macron y Marine Le Pen que irán a la segunda vuelta, no cuentan con el respaldo de las fuerzas tradicionales. Quedó al desnudo una realidad similar a la expresada en las urnas en Estados Unidos, España e Inglaterra: la profunda división social que conocen esos países y, podríamos decir, el mundo. No se trata de una división de clases en el sentido marxista. Es una división producto de los cambios en el mundo de la producción, del empleo y de las oportunidades. Una división entre grupos sociales que se ven perdedores y desplazados como son obreros, agricultores especialmente campesinos, mineros y en general, pobladores rurales avasallados por la hiperconcentración de poder económico y político urbano controlado por los poderes nacidos de la globalización.
Los sectores tradicionales que hasta hace unos treinta años eran el motor de los desarrollos nacionales, han ido quedando invisibilizados. Obreros desplazados por la nueva economía, hoy sumidos en un desempleo permanente y sin perspectivas de futuro votaron masivamente a Trump en Estados Unidos y Marine Le Pen en Francia; y en Inglaterra, la salida de la Unión Europea.
En la otra orilla de esta división social se ubican los sectores urbanos que aunque hijos de ese mundo que desaparece, no lo añoran. Tienen su mirada y sus expectativas en un futuro, lleno de incertidumbres pero en el que ven posibilidades de progreso. Es principalmente el voto joven, el gran derrotado en el brexit inglés; y el voto de una nueva burguesía que se consolida al impulso de los cambios en curso y sobre todo de clases medias —técnicos, operadores de servicios, administradores—, convertidas en el fundamento laboral de esa nueva economía que requiere una fuerza de trabajo calificada, que desplaza al obrero raso de antaño.
Estamos frente al choque entre la cultura y forma de vida tradicional que se mantiene en las comunidades rurales y una cultura urbana con nuevos ingredientes de comportamiento social; una cultura sumida en el reino de lo inmediato, de lo visual y virtual; una cultura que entretiene pero que “no alimenta el espíritu”.
Es el choque de una modernidad, capitalista, competitiva y cosmopolita, con unas estructuras y unas prácticas políticas sobrevivientes de ese mundo que desaparece. La política y los políticos convencionales no están sintonizados con la nueva realidad; ni interpretan ni asumen lo actual. Aparecen superados por las nuevas circunstancias tanto los discursos, como los dirigentes y sus prácticas políticas despojadas de la transparencia e inmediatez que caracteriza a ese nuevo mundo, mientras que se alimentan con la corrupción enquistada en el ejercicio del poder.
La ruptura más que ideológica, es existencial. Se plantea más entorno de “lo viejo” y “lo nuevo”; entre la nostalgia y la búsqueda de las viejas seguridades, y la necesidad de avanzar para apropiarse y “humanizar” lo que viene con sus posibilidades y desafíos. No es una crisis de la necesaria actividad política en cuanto tal, sino de las formas de ejercerla; de su organización y de sus personajes.
¿Y esto en Colombia, como se vive? Como un reclamo creciente para que partidos y políticos finalmente hablen y se comprometan con los desafíos de fondo del país que se podrían resumir en construir los cimientos de una sociedad conviviente, digna y democrática, sin lo cual continuará aplazado nuestro ingreso a una modernidad que no puede ser una copia importada por nuestra tecnocracia siempre tan lejana de nuestra realidad pero cercana y afecta al relumbrón de lo extranjero, que hoy, por la crisis anotada, puede por una vez darnos pistas, que no soluciones, para adelantar la tarea pendiente.