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Rusia se atragantó con el bocado de Ucrania

Juan Manuel Ospina

07 de abril de 2022 - 12:00 a. m.

Los tiempos que vivimos adobados recientemente por la pandemia y la guerra en Ucrania, hacen más patente, desnudan por así decirlo, la fragilidad y la insustituibilidad de la democracia siempre envuelta en esa combinación única de debilidad y resiliencia que la caracteriza. Pero también exponen la fuerza del sentimiento nacional subvalorado en estos tiempos marcados por un cosmopolitismo absorbente y materialista, individualista y ramplón, que sustenta actitudes y aún políticas de claro corte imperialista, por la ligazón indisoluble, natural podríamos decir, entre poder económico y dominancia política.

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Es indudable que, en la actual pospandemia, el interés nacional vuelve a levantar cabeza luego de la euforia aperturista de los cuarenta años anteriores. Es una vivencia reciente que ahora sería irresponsable olvidar si nos empeñamos en regresar al anterior escenario prepandémico. Lo más irresponsable es no aprender de la experiencia de la vida, madre de sabiduría, y no comprender que el cosmopolitismo puede complementar, pero no sustituir el escenario de operación de las fuerzas económicas, culturales e históricas, sociales e institucionales de una nación.

En el último medio siglo largo de historia mundial hay dos experiencias paradigmáticas de este punto medular, del triunfo bíblico de David sobre Goliat: el Vietcong humillando a unos Estados Unidos ciegos en su furia imperial ante la fuerza y decisión de un pueblo; confiados solo en su riqueza material y en su supremacía en armamento y tecnología. Y ahora Rusia, una de las principales fabricantes de armamento en el mundo, enfrentada a una Ucrania que, a pesar de sus vínculos históricos, culturales y aún étnicos con “la madre Rusia” de los zares, hoy, mayoritariamente, sobre todo entre los jóvenes, no quiere regresar a una historia plena de malos recuerdos, con la pérdida de muchas de sus actuales libertades y quedando sometida al autoritarismo putinista, descendiente directo del estalinista y el zarista. Es de nuevo el enfrentamiento entre una potencia con sus intereses imperialistas o de dominación y un país que por encima de sus diferencias internas se une para defender lo que es suyo, su libertad, su cotidianidad, su historia y mitos, su economía y su riqueza más allá de las injusticias e inequidades que existan en su seno, con las cuales nadie debe meterse, pues, a nombre de un supuesto internacionalismo que de guerras se ha desatado.

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Rusia se atragantó con el bocado de Ucrania y tendrá que recular en sus pretensiones porque se topó con “el bravo pueblo”. Los ucranianos necesitaran, finalmente, restablecer relaciones de confianza y respeto con su poderoso vecino. Ya asoman las orejas de una negociación, cuando Rusia lo que quería era la rendición del país y la instalación en Kiev de un gobierno títere. Todo apunta a un escenario de posconflicto con una Ucrania neutral, no integrada a una OTAN que por lo demás necesita transformarse en el organismo de seguridad europeo sin presencia ni control norteamericano, a tono con un mundo pluripolar donde Europa, como condición para su supervivencia, deberá consolidarse como uno de sus polos, autónomo con respecto a los otros, empezando por Estados Unidos. Ucrania, por su parte, debe reclamar su pertenencia a occidente y su integración plena a Europa, a la Unión Europea. Rusia obtendría la seguridad que reclama al sentirse amenazada en sus fronteras por la OTAN, junto con la neutralidad de Ucrania. Finalmente, se iniciaría el proceso para finiquitar la separación de Crimea y el Donbas, regiones predominantemente rusas y, la segunda, escenario de una guerra civil inganable durante más de 14 años. Son logros que no hubieran exigido una guerra con sus miles de muertos y destrucción de ciudades, pero así ha sido la historia, así nos comportamos los humanos, haciendo la guerra. De eso, mucho sabemos en Colombia.

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