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Slim nos resultó soñador

Juan Manuel Ospina
24 de julio de 2014 - 03:50 a. m.

¿Carlos Slim, uno de los tres hombres más ricos del mundo, está hablando en serio? Lo digo porque la propuesta que hizo esta semana en una reunión de empresarios en Paraguay, y que entiendo que viene haciendo desde hace un tiempo, es desafiante: reducir drásticamente el tiempo semanal de trabajo y aumentar los años en que se trabaja.

La razón que da es sencilla y tiene todo el sentido: la vida no se puede ir en trabajar y trabajar para unos, los afortunados, mientras que para otros, especialmente jóvenes, ésta se les va en buscar y buscar trabajo. A los que lo tiene y además muchos años de vida, los llaman a calificar servicios pensionándolos cuando todavía tienen mucho para aportar, con el complemento de algo invaluable “que ni se compra ni se vende”, la experiencia.

Pero ya salieron a criticar una iniciativa que es de hondo calado, pues tiene que ver, ni más ni menos, con lo que hacemos de nuestro tiempo para vivir. Es una propuesta que se enmarca en un contexto mundial donde los negocios financieros mandan la parada y se impuso un “ordenamiento posmoderno” de la actividad productiva, a partir de la monopolización de la estructura empresarial apoyada en una carrera tecnológica centrada en el empleo intensivo de capital que requiere un alto volumen de inversiones requeridas que garantice incrementos continuados en las utilidades y la productividad de un trabajo que cada día pesa menos en la producción; el trabajo se ha “banalizado” según algunos analistas, como Vivianne Forestier. Lejos están los tiempos en que la producción dependía, en un alto porcentaje, del músculo y del esfuerzo humano, cuando para crecer se necesitaba gente, se demandaban trabajadores.

Hoy esa demanda es muy inferior a la oferta creciente de una mano necesitada de trabajo para vivir. Son los jóvenes “indignados” a lo largo y ancho del planeta; son los desesperados que desafían la muerte para colarse a Estados Unidos y Europa Occidental, donde sueñan con encontrar un trabajo que no encuentran en sus países; son los obreros desempleados en esos países ricos o amenazados de perderlo, que se vuelven, por desesperados, votantes de la extrema derecha republicana o de los partidos nacionalistas europeos, con su tufillo a nazismo. Es la informalidad del rebusque en nuestras ciudades y la zozobra de una juventud, cada vez más formada y preparada pero con menores oportunidades laborales. El cuadro es socialmente explosivo, económicamente irracional y francamente inhumano, que reclama soluciones que no sean copia de un pasado que no volverá a ser, y que tampoco fue “el cielo en la tierra”. Se nos exige mirar de frente al problema a resolver y decidir el camino.

No sé si Slim tenga la fórmula, es más, no creo que ésta exista. Pero propuestas como la suya merecen un análisis sereno para aprovecharlas, porque la realidad actual no da espera. Una novedad no se puede mirar con los anteojos del pasado. Slim considera que hacia adelante, pues en este campo no vale la retroactividad por aquello de los derechos adquiridos, se debe buscar que más personas puedan acceder y disfrutar del trabajo disponible, no para facilitarle la tarea a las empresas, sino para que se pueda vivir mejor; su propuesta en el fondo, busca recuperarle a la gente horas de su vida, un objetivo pleno de sentido, válido para jóvenes y viejos; una recuperación del sentido y contenido de la vida que no puede significarles una pérdida de las condiciones materiales de esa vida; el ingreso individual debe ser protegido, pues el familiar probablemente aumentaría. Los jóvenes verían ampliarse sus posibilidades de empleo y los viejos seguir siendo útiles y productivos a la vez que enriquecen sus vidas con un tiempo libre o de “reinvención laboral”, con lo que además se aligera el presupuesto de la seguridad social que tiene al borde del colapso a más de una tesorería estatal. No la tiremos a la ligera al basurero de las malas ideas.
El punto merece toda la atención. Slim no es un caído del zarzo ni un iluso. Empieza a aplicar su filosofía en empresas suyas, con los jóvenes que ingresan.
 

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