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Un demócrata a carta cabal

Juan Manuel Ospina

18 de marzo de 2015 - 08:56 p. m.

Eso fue Nicanor Restrepo.

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Como ciudadano responsable y alerta, como empresario de élite cuyo compromiso trascendía las cuatro paredes de la empresa, como hombre para el cual lo público no era el espacio para amasar poder y dinero, sino para servir. Un enamorado de la vida, que la tomaba a manotazos, con humor y seriedad; lector y conversador eximio con el eterno Marlboro entre los dedos, que acabó por acortarle sus años de vida.

Como pocos colombianos, encarnaba lo que hoy más necesita esta sociedad, y que tan escaso está en estos tiempos: la capacidad de jugársela sin cálculos egoístas (el maldito “CVY”) y de abrirse al otro de la misma manera; de escuchar, de comprender, no de imponer; de respetar las diferencias basado en el firme convencimiento de que con paciencia y buena fe, parado en la verdad, sincero consigo mismo, es posible mirar más allá de las naturales diferencias entre las personas, para avizorar “el llanito” del entendimiento que sirva de punto de arranque para lograr el acuerdo ciudadano sobre asuntos centrales, sin el cual no será posible superar “la gazapera” estéril e interminable en que cayó el país, como resultado de esta guerra sin fin.

Impera por el contrario, el afán por exacerbar lo que nos diferencia, los puntos de discordia, de disenso, como sobrevivencia del espíritu propio de los tiempos de guerra y de las confrontaciones armadas. Poco importa que la exacerbación de los espíritus tenga origen revolucionario o contra revolucionario, pues ambas posiciones están completamente fuera de foco con respecto a lo que el país requiere (y puede lograr) y lo que espera el ciudadano corriente: voltear de una vez por todas la página de una situación que ningún bien le trajo a la sociedad y sí mucho mal. Un voltear de página que no se limita a la firma/refrendación de un acuerdo para terminar la guerra, para desarmar la política, sino que requiere igualmente “desarmar los espíritus” que por estos tiempos andan por ahí con un cuchillo entre los dientes, para ver a quien degollar.

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Nicanor Retrepo es un ejemplo sobresaliente en esa búsqueda permanente por comprender para no avasallar; de buscar acuerdos planteados y trabajados desde posiciones claras pero no dogmáticas ni complacientes, con el único propósito de avanzar, una tarea difícil pero ineludible si se quiere un cambio de fondo. Para lograrlo se debe aceptar de entrada que si se busca con humildad y verdad/sinceridad es posible encontrar los puntos de acuerdo, menos vistosos y publicitados que los de desacuerdo, que por lo general huelen a sangre y escándalo y con ello atraen la atención de los medios; los acuerdos son sin duda algo mucho menos noticioso que el escándalo y el alboroto, pero son definitivos por ser la única vía a un futuro en donde finalmente se pueda enterrar el estéril presente.

Nicanor con su comportamiento, con sus actitudes y gestos de apertura de respeto al otro, a lo diferente, enseñó que eso permite escuchar, no simplemente oír mecánicamente, y que escuchando, se comprenden las otras posiciones y entonces, es posible obrar en consecuencia. Esa y no otra es la regla de oro de la convivencia civilizada, que además enriquece humanamente a quien la práctica, al hacerlo más sabio, más respetable como persona y a la sociedad en la que vive, más conviviente, más justa, más digna de vivir en ella. Allá se quiere llegar en ese postconflicto que era el mayor sueño de Nicanor. Sin bien no logró verlo realizado, su compromiso fue definitivo y se constituye en un buen guía para el camino a seguir.

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