Andes: carranga, restauración y agua

Juan Pablo Ruiz Soto
21 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.
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La carranga —música que proviene de la tradición campesina de la cordillera andina colombiana, cuyo epicentro ha sido Boyacá— acaba de tener en Tinjacá (Boyacá) su XII Festival Convite Nacional de Música y Arte Campesino “Cuna Carranguera”.

El evento, organizado por Corpocarranga —una organización campesina que se ha propuesto impulsar este género musical realizando anualmente este festival—, convoca grupos musicales que transmiten a los asistentes los valores de la cultura campesina y el amor y goce del campo como espacio de vida.

Cargada de humor y fina sátira, la carranga incluye entre sus temas un llamado a la recuperación y conservación de la naturaleza y al buen uso de los beneficios que ella nos provee. Mientras escuchaba Campo Sonoro —un grupo local que interpretaba canciones relacionadas con el agua, la tierra y sus cuidados—, venía a mi mente el informe del IDEAM, “Resultados: Monitoreo de la Deforestación 2018”, que nos presenta una Colombia estrechamente relacionada, pero dividida en regiones. En la Amazonía avanza la deforestación para transformar el bosque húmedo en praderas para ganadería extensiva. En la región andina —con excepción de la zona del Catatumbo— no hay mayor deforestación y la causa es que no hay bosque que tumbar. Es urgente la reforestación en las laderas andinas; el agua es el factor limitante para la producción y las tierras están erosionadas por los cultivos de ladera.

Las Guardianas Montañeras —grupo carranguero de mujeres campesinas de Guasca (Cundinamarca)— cantan al agua, a cómo ésta se ha ido perdiendo, a la expulsión del campesino, a la pérdida de las semillas nativas, a la necesidad de conservar la tierra, y hacen un llamado a los campesinos para que permanezcan en su terruño. Pero la realidad es cruel: el gran desequilibrio entre el campo y la ciudad sigue generando migración y ya no hay jóvenes en el campo. En escuelas rurales donde hace 40 años asistían más de 60 alumnos, hoy no llegan diez. Algunas escuelas se han cerrado por falta de alumnos; en otras, una o un profesor agrupa en el mismo salón a los alumnos de los cinco grados de primaria. Para el bachillerato deben ir al pueblo y quienes no lo logran migran a la ciudad en busca de empleo. Los hijos de los campesinos más pudientes terminan el bachillerato y migran a cursar programas para tecnólogos o entrar a las universidades, soñando con buenos empleos urbanos. Sueño que muy pocos alcanzan. Pero ni exitosos ni derrotados regresan al campo.

Por el cambio climático, sumado a la cadena de distribución, cada día es más incierto el rendimiento de los cultivos de pancoger y el campesino pasa de los cultivos tradicionales a la ganadería de pequeña escala. Menos vulnerable a la variabilidad climática, pero de muy baja rentabilidad. Se vive, en condiciones precarias.

Tenemos que repensar el desarrollo rural para que el campesino y su cultura sobrevivan. Aun hoy, en medio de la crisis rural, su actividad es esencial para que muchos alimentos lleguen a las mesas de los pobladores urbanos y para que el agua salga por las llaves de los apartamentos en las grandes ciudades. Los relatos carrangueros generan reflexión y esperanza.

 

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