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Arquitectura, conservación y desarrollo

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Juan Pablo Ruiz Soto
21 de julio de 2010 - 12:20 a. m.
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HACE ALGÚN TIEMPO CONSIDERÁbamos que para que un paisaje rural fuese productivo, era necesario tumbar el monte y sustituirlo por cultivos.

Hoy sabemos que en muchos casos el valor de los servicios ambientales derivados de la conservación del ecosistema puede ser muy superior al que generaría su explotación agropecuaria.

Algo similar sucede con la conservación de la arquitectura tradicional. Algunos todavía consideran que el progreso y la modernización de una ciudad o un pueblo consisten en tumbar lo viejo. Se abandonan casas viejas construidas en adobe, para darle paso a una pobre arquitectura de bloque y concreto. El ejemplo de destrucción lo dio el mismo Gobierno, cuando construyó en muchos pueblos y ciudades intermedias la sede de la Caja Agraria, que normalmente se caracteriza por ser el más feo de los edificios del pueblo y que en muchos casos rompe el marco colonial de la plaza para darle paso al subdesarrollo arquitectónico. Al destruir la arquitectura tradicional destruimos posibilidades de desarrollo asociadas al turismo y a la vez estamos destruyendo parte de nuestras raíces.

Como contribución al desarrollo sostenible, el turismo puede ser mucho mejor que una mina de oro, pero los turistas extranjeros no vienen a ver centros comerciales, vienen a ver lo que es único, lo que es autóctono. Por eso hay que conservar lo que queda de la arquitectura campesina tradicional y colonial. Por fortuna, hoy en algunos pueblos de Colombia lo estamos haciendo y por ello atraen el turismo y se valorizan las propiedades. El caso más notable es Cartagena, pero también están Villa de Leiva, Ráquira y Cocuy, en Boyacá, o Jardín, Santa Fe y Jericó, en Antioquia, o Barichara en Santander. Desafortunadamente en casi todos nuestros pueblos se tumbaron y siguen tumbando casas coloniales para ser reemplazadas por edificaciones de arquitectura muy pobre. Basta sólo comparar a Jericó y Jardín con Fredonia en el suroreste antioqueño. Mientras en Fredonia tumbaron casi todas las casas viejas de la plaza principal para construir edificios de cemento abominables, que ahora convendría derrumbar, en Jericó y especialmente en Jardín fueron sensatos y tuvieron una visión futurista al conservar la arquitectura vieja y hoy reciben muchos turistas.

También debemos examinar el desarrollo de las ciudades grandes. Por ejemplo, en la Circunvalar de Bogotá y en Medellín, se ha destruido el paisaje de ladera de la cordillera que rodea la ciudad y se han construido algunos edificios desproporcionadamente altos. Por otra parte, muchos erróneamente todavía creen que con autopistas y viaductos se va a solucionar el problema del transporte y han hecho puentes que son verdaderos elefantes de cemento y monumentos a la inhospitalidad para el peatón. Todo en aras del “progreso”. Con ese mismo criterio habría que tumbar París y muchas ciudades europeas para construir autopistas, que seguro les matarían su admirada vida urbana. Al contrario, en Madrid, en aras de tener una ciudad más amable, derrumbaron la gran mayoría de viaductos que había.

La política gubernamental de conservación de la arquitectura tradicional puede y debe hacer mucho más para cuidar lo que queda. Así se podrán articular nuestros campos y ciudades a una modernidad armónica con el pasado que conserve el capital arquitectónico. Además, es necesario reglamentar mejor las ciudades que estamos construyendo para que sean ciudades cuya vida urbana sea de alta calidad, más ecológicas, caminables, con buen transporte público, atractivas para vivir en ellas y para los turistas. No son pues menores los retos para el Ministerio de Vivienda.

* El autor es economista con especialidad en manejo de recursos naturales en el Banco Mundial. Los puntos de vista aquí expresados son del autor, no representan ni pueden atribuirse a la entidad para la cual trabaja.

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