Convite carranguero: amanecer de nueva ruralidad

Juan Pablo Ruiz Soto
09 de agosto de 2017 - 04:30 a. m.

Los pasados 5, 6 y 7 de agosto se llevó a cabo el décimo Convite Cuna Carranguera en Tinjacá-Boyacá. La música carranguera es un canto al campesino, al medioambiente, al respeto, al amor, a los niños y a una vida sana.

El Convite se ha convertido en una valiosa expresión de la nueva ruralidad colombiana. De una parte, rescata valores y tradiciones campesinas de diversas regiones y, de otra, realiza nuevas propuestas que aportan a la dinámica cultura local.

En la tarima, las presentaciones musicales mezclan campesinos que han hecho carranga de manera tradicional con jóvenes campesinos y de origen urbano—unos campesinos, otros de origen urbano— que tienen formación musical universitaria y niños que habitan pueblos y campos de Boyacá, Santander y Cundinamarca que han retomado sus raíces y las expresan con belleza y fortaleza.

Los bailes y la música presentan gran variedad. Formas tradicionales se mezclan con investigación sobre los orígenes de la carranga en diversos ritmos colombianos. También hay música fusión entre carranga con rock y otros ritmos.

La mezcla que se da en la tarima se reproduce entre los asistentes, que de manera casual, con aguardiente o cerveza, comparten el evento. Son ellos: campesinos, oriundos habitantes del lugar; “neocampesinos”, familias que han migrado de las grandes ciudades al campo para vincularse e innovar con producción y procesamiento de alimentos que ellos producen en asocio con los lugareños; “neorrurales”, migrantes de los grandes centros urbanos que jubilados se han desplazado al campo, no son productores agropecuarios, pero en sus predios aportan a la biodiversidad sembrando plantas de jardín y recuperando el bosque nativo, y turistas que vienen a disfrutar del Convite.

Este género musical es expresión de una nueva ruralidad colombiana donde, en medio de la presión y el aporte de los nuevos habitantes del campo, renace y se fortalece la cultura campesina. Se parte del respeto a la dignidad y la tradición local, esto es lo más relevante.

Hace 50 años, progreso y calidad de vida se asociaban con vivir y producir en los grandes centros urbanos y al campesino se le trataba con desdén. Incluso se utilizaban descalificativos como “campeche” o “montañero” para quien venía del campo, considerado ignorante de la modernidad.

Aún entre los habitantes del campo es aceptada y adoptada esa supuesta inferioridad. Una excelente síntesis de ese criterio que culturalmente ganaba espacios fue la que hizo una madre campesina boyacense que, cuando hizo referencia al gran esfuerzo que realizaba para que su hijo fuera a la escuela agropecuaria en Guacamayas, Boyacá (1983), dijo: “Lo estoy educando en Guacamayas para ver si se capacita y puede ir a la ciudad para conseguir un buen trabajo y vivir mejor”. Tan discriminatoria fue la situación que para presionar la migración del campo a la ciudad se creó un salario mínimo diferencial, siendo este mayor en la ciudad que en el campo.

Tenemos que cerrar brechas entre campo y ciudad. Esto aportará en términos de calidad de vida, cultura, medioambiente, producción de alimentos, equidad y paz. Mi respeto y admiración a los organizadores del Convite Carranguero.

 

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