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Subienda y Semana Santa

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Juan Pablo Ruiz Soto
10 de abril de 2012 - 11:00 p. m.
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Hasta hace no muchos años, la Semana Santa y la subienda del río Magdalena eran dos eventos que se conjugaban y disfrutaban a lo largo y ancho del país.

La subienda, es decir la migración de peces que remontan los ríos, es un fenómeno que suele ocurrir durante los primeros meses del año y que generalmente nos acompaña hasta la Semana Santa, cuando la demanda de pescado aumenta. Antes, todos comíamos bocachico, nicuro, bagre y otros peces de agua dulce provenientes del Magdalena y sus afluentes. En los últimos años la subienda se ha dado, pero su magnitud ya no es la de hace 30 años, que superaba —según información de las CAR— las 60.000 toneladas de pescado que abastecían todos los rincones del país. Actualmente es casi un fenómeno de importancia sólo local; incluso el número de pescadores artesanales ha disminuido sustancialmente.

Aún perdura la costumbre de comer pescado en Semana Santa y hoy es posible conseguirlo, generalmente trucha, mojarra y eventualmente bagre. Los dos primeros vienen de cultivos; la piscicultura se ha desarrollado bastante en algunas regiones del país. El bagre es capturado en el medio natural y lo más probable es que provenga de un río de la cuenca del Amazonas o del Orinoco, es decir de los Llanos Orientales o de las selvas del Amazonas, dos ecosistemas hoy amenazados. Es el momento de iniciar un manejo sostenible de los recursos pesqueros en estos ríos, lo cual exige acciones regionales que incluyan la conservación de la estructura ecológica principal en estas regiones.

La disminución de los volúmenes de peces en la subienda del río Magdalena es una expresión del deterioro ambiental de la región Andina. Contaminación, sedimentación, alteración del sistema hídrico y sobreexplotación del recurso pesquero son las principales razones para la disminución de la pesca en los ríos interandinos. No podemos repetir la misma historia de destrucción en las cuencas del Orinoco y el Amazonas. Debemos tener lecciones aprendidas, no sólo por la administración pública sino también por la industria y la ciudadanía.

La contaminación tiene origen en los desechos industriales que se arrojan a las corrientes de agua y en la falta de tratamiento de las aguas que vienen de pueblos y ciudades. La sedimentación es consecuencia de la deforestación, especialmente en la parte alta de las cuencas. La alteración del sistema hídrico tiene que ver con la desaparición de humedales y ciénagas. Falta criterio de sostenibilidad en los pescadores que extraen peces por debajo de la talla mínima y en nosotros como consumidores que los compramos, y hay ausencia de las autoridades ambientales.

La gran pregunta es si estamos interviniendo la Orinoquia y la Amazonia con criterios de sostenibilidad. No se trata de conservar y no tocar las riquezas asociadas a los recursos naturales renovables y no renovables presentes en esta extensa y preciosa región de nuestro país: se trata de hacerlo en el propósito del desarrollo sostenible. Hoy contamos con la experiencia de la transformación desordenada y la destrucción de cuencas en los valles interandinos. Tenemos más conocimiento, mejores instituciones y mayores recursos financieros para manejar nuestras riquezas naturales de forma responsable. No podemos actuar de manera salvaje y cortoplacista: tenemos la responsabilidad y la obligación de pensar y generar un futuro sostenible. Gobierno, industria y ciudadanía debemos actuar pensando en el futuro de nuestros ríos.

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