Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace muchos años escribo columnas de opinión. Empecé en Portafolio cuando lo dirigía Mauricio Rodríguez, y dejé de hacerlo después de trece años. Me cansé. Ahora, después de un lustro de receso voluntario, lo he vuelto a hacer, en este diario que, a mi juicio, representa una especie de crisol donde es posible disentir y equivocarse.
No soy un columnista profesional. Escribo sin una periodicidad fija. Lo hago, simplemente, cuando creo tener algo que decir. Y el director, generoso y paciente, así me acoge. Procuro, eso sí, cuidar la sintaxis e interesar al lector para que llegue hasta el final de la columna, y cuando menciono cifras me cuido que sean veraces. Suelo escribir sobre educación pues a ella he ofrendado mi vida. En parte creo haber conseguido, razonablemente, el propósito de tener un pequeño grupo de lectores que terminan de leer lo que escribo. Y muchos de ellos, a través de sus comentarios, hacen que repiense lo que he escrito y así, pudiéramos decir, se enriquece la cosa y se va creando una opinión un poco más colectiva. Lo afirmo a juzgar por los comentarios que me escriben y porque de vez en cuando alguien se me acerca en una fila (me gusta hacer filas) y me dice algo que le gustó de lo que he escrito. No tengo por qué ocultar que me siento bien cuando eso sucede.
No siempre, claro. Es más bien infrecuente. Soy consciente de que uno se expone a la opinión del respetable, esc riba lo que escriba. Y está bien que sea así. A diferencia de hace décadas, cuando las cartas de los lectores se contaban con los dedos de las manos, hoy abundan por doquier. En tiempo real, como dicen. A su modo, los blogs de lectores son una forma de pequeñas columnas de opinión sobre una columna de opinión, de un diálogo entre ellos. Y se dan y nos dan durísimo. Yo tengo un lector que es inclemente conmigo y que da título a esta columna que tengo a bien dedicarle. Nunca le gusta nada de lo que digo; ni remotamente. Y en su sagrado derecho está. Por supuesto que yo no escribo para que le guste nada a nadie, pero no creo que siempre lo haga mal o que no haya cosas e ideas rescatables. No. Para Alaska soy un esbirro del presidente Petro. Alaska me dispara a quemarropa porque si y porque no. No me da tregua. Ataca. Vocifera. Es automático. No hace la pausa, como recomendarían los técnicos de fútbol. Pienso que Alaska es un claro y lamentable ejemplo de nuestra inveterada polarización. Le creería más su personal inquina hacia mis columnas si hubiera el asomo de un argumento, de una razón, de una mínima sindéresis.
En todo caso, debo agradecerle a Alaska que llegue hasta el final de mis columnas así sea para volverme ropa de trabajo.

Por Juan Carlos Bayona Vargas
