Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Cavlos Antonio Velez

Juan Carlos Bayona Vargas

20 de septiembre de 2025 - 11:51 a. m.

No es un error. Carlos Antonio Vélez, el impenitente comentarista de nuestro fútbol y de todo el fútbol del universo, modificó la tercera letra de su primer nombre, para bautizar, con sus iniciales, las soporíferas entregas periódicas de su sabiduría en forma de cápsulas. Perdón, de cavsulas. Hay que reconocer, sin duda, que es un conocedor del deporte. El hombre sabe lo suyo. Pero tiene un grave problema: no ignora nada. Nunca duda. Nunca pregunta. Nunca nada le parece lo suficiente para su encopetado saber. Y si lo hace, es un ardid, una falsa duda, una falsa pregunta que lo único que pretende es devolverle, a manera de obediente espejo, lo que él ya había dicho desde un principio. Solo se oye a sí mismo. Tiene esa vana y astuta costumbre de acomodar todo cuanto pasa en un partido de fútbol, a los cuencos vacíos de sus teorías para que entonces, por arte de su deleznable magia, todo concuerde con los modelos que su mente ha urdido para que el deporte del fútbol exista y sea.

PUBLICIDAD

Pero no es solo que nada lo sorprenda o lo maraville en un deporte que muchas veces no necesita tener explicaciones, es que su increíble tozudez contradice los números más evidentes del balompié de nuestra querida Selección Colombia. A José Pékerman, el decente y profesional estratega argentino que nos condujo a un mundial después de dieciséis años de sequía, lo detestaba. Y terminamos en la quinta posición, la mejor en toda nuestra historia. No le sirvió. Tampoco le sirvió que el gol de James Rodríguez contra Uruguay, esa joya de la plástica y la poesía, fuera escogido como el mejor de todo el Mundial de 2014 en Brasil, y que, además, hubiera sido el goleador del torneo universal, cosa nunca antes vista entre nosotros. También lo detesta. Menos aún, que todo un país viera renacer a su selección de las cenizas de los escándalos y la postración de años, y que en la primera ronda hubiéramos conseguido nueve puntos de nueve, y que en los cinco partidos que disputamos hubiéramos anotado doce goles y recibido tan solo cinco. Inútil mencionar la épica remontada contra Chile en Barranquilla, cuando después de ir perdiendo tres a cero, logramos empatar y conseguir la clasificación a Brasil 2014.

Read more!

Es que nada le sirve. Nada. Y ahora que volvimos a clasificar para el Mundial de norteamérica del año entrante, y quedamos de terceros entre diez equipos, por encima de rivales tan difíciles como Uruguay y Brasil, le parece que no es para tanto. Y lo minimiza. Que Brasil ya no es Brasil y que Uruguay ya no es Uruguay. ¿Para qué más ejemplos si todo es vano?

Ojalá la cosa parara ahí. No es así. Lo más cuestionable de su saber, que solo le interesa a él, es su manera de descalificar a unos y a otros. A los árbitros, al primer error que cometen, a los jugadores, a la primera pelota que extravían, a los técnicos, al primer o segundo partido que pierden o que ganan, a sus propios colegas, porque se atreven a contradecirlo. A Juan José Peláez, por ejemplo, un hombre que ha sido jugador y técnico y que es sensato y constructivo en sus comentarios, lo soslaya sin contemplaciones. Y a Farid Mondragón, mítico portero de la selección nacional, lo tiene de caja de resonancia de su sapiencia. Vélez es así.

Read more!

Menos mal hay quienes se atreven a cuestionarlo y a profanar su vanidoso oráculo, como César Augusto Londoño, un periodista deportivo serio y que ha construido su carrera durante años. Porque solo comparable a la brújula de sus personales odios, es la vanidad la que dirige su mirada sobre el mundo de los humanos para desasnarnos y conducirnos a la sabiduría plena. Vélez ha creado una ciencia del fútbol: la suya.

Para los que amamos el fútbol, y no tenemos nada que ver con el medio deportivo, se trata de una ciencia retórica y marchita, que lo ha despojado de su belleza y de su magia. Las explicaciones que ofrece en sus cávsulas de aceite de hígado de bacalao hacen incomprensibles tanto la una como la otra, y convierten lo que es entretenido y bonito de entender en un juego como el fútbol en una maraña intrincada de oratoria pegajosa que no explica nada, y que, en cambio, lo confunde todo. Un buen maestro hace fácil lo difícil. Vélez hace justamente lo contrario.

Por fortuna para los indefensos televidentes contamos con varios pequeños botones en nuestros controles remotos. El primero, el que silencia las pantallas y deja libre de tanta palabrería al bellísimo y apasionante espectáculo. El segundo es más contundente: cambia el canal. Y el tercero apaga el televisor. Mi humana recomendación sapientísimo Doctor Vélez: ignore algo.

Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.