Publicidad

El olvido

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Juan Carlos Bayona Vargas
17 de mayo de 2025 - 06:00 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Salí de mi casa con el tiempo suficiente para llegar antes de la hora de la cita. Calculé unos 40 a 45 minutos. Caminar es uno de pocos placeres que van quedando. A las pocas cuadras me di cuenta, al tantear mis bolsillos, que había olvidado mi teléfono. Mi primera reacción fue devolverme. Luego me lo pensé mejor, y aunque tenía el tiempo, decidí no regresar y seguir mi camino. Al principio me fustigué por haberlo dejado y luego me volví a fustigar por no haberme devuelto. Al parecer algo en mi inconsciente no estaba conforme con la decisión que había tomado y pujaba por salir a la superficie. A medida que seguía caminando, mi conversación con los múltiples demonios que acudieron sin permiso a dar su opinión se iba volviendo más puntiaguda. ¿Y qué pasará si te llaman tus hijas, o tu pareja, o algún familiar, algún amigo? ¿Qué les vas a decir? ¿Te harás responsable de sus especulaciones sobre tu estado de salud, tu descortesía al no contestar, tu paréntesis en que pusiste tu vida por unas horas?

Mientras más caminaba, afianzaba más mi decisión y se aguzaban en mi mente los sentimientos de culpa y de remordimiento. Lo cierto es que ya no había vuelta atrás. Y confieso que me sentía medio desnudo sin mi teléfono, a la deriva, en mitad de una especie de mar extraño y sin costas visibles. Pero no me importó tanto como experimentar, sin quererlo, una escena en ese mar, a solas con mi imaginación y la rica fauna y flora que me ofrecía la caminata. Además, y sobre todo, me alentaba la idea de estar por fin a salvo de la posibilidad de interrupción inesperada y casi siempre inoportuna. Imaginé todas las respuestas que les diría a los que me habían llamado. Me dije, cuando regresara, que esto no me volvería a ocurrir, pero que me importaba un comino que me hubiera ocurrido. Hasta mejor.

Puse en orden de lista las posibles llamadas y conversé imaginariamente con cada uno de ellos como si estuviésemos cara a cara. Como cuando era posible conversar. No esta cosa en que nos metieron de escribir líneas y líneas con dibujitos a la espera que nos contesten otro montón de líneas de regreso con otro grupo de dibujitos. Ya no hablamos. Escribimos lo que queremos decir. Y lo escribimos mal en desmedro de lo que caracteriza una conversación: la voz viva, el gesto, las inflexiones del pensamiento, las pausas, las dudas, las interrupciones, los silencios. Ese ejercicio me pareció fantástico. Imaginé sus preguntas, sus respuestas a las mías, imaginé sus desacuerdos y sus críticas, imaginé, en últimas, cómo sería una conversación de verdad, de esas que estamos perdiendo ya casi sin remedio.

Y no es que deje de agradecer el inmenso valor de los teléfonos celulares y sus inteligencias de verdad y de mentiras. Por supuesto que no. Eso sería miope. Lo que creo es que hace rato se nos fue la mano. Es patético ver en un restaurante, por ejemplo, familias enteras sentadas a la mesa cada uno con su teléfono sin apenas cruzar una palabra, o parejas enfrascadas en la malla viscosa del sartal de frivolidades de lo que llaman redes sociales mientras el tiempo de conversar se les extravió hace rato.

Cuando regresé a mi casa tomé la decisión de esperar un rato para mirar el teléfono. Lo miraba de reojo como para decirle que aquí el que manda soy yo y no tú, diabólica máquina sin alma. Cuando por fin lo miré, comprobé que nadie me había llamado. Nadie. Y me sentí feliz, aunque también, lo admito, un poco desolado.

Conoce más

 

DIEGO ARMANDO CRUZ CORTES(25270)20 de mayo de 2025 - 12:59 a. m.
Que buen relato, a modo de micro cuento. Reflexivo e interesante.
Héctor José Arenas Amorocho(hv37d)19 de mayo de 2025 - 05:21 p. m.
Armonizar las reflexiones profundas y esclarecedoras con la escritura que fluye como un riachuelo es tarea de plumas magistrales. En tiempos en los que la vida se ha precipitado en el vértigo y la propaganda, se agradece en lo profundo lo que menos abunda: la pausa reflexiva, la palabra precisa, mansa y sabia.
Alejandro Torres Ortega(25418)18 de mayo de 2025 - 11:44 a. m.
Que deleite de columna, la fantasía de la imaginación que ocurre a cada instante y por cualquier evento por nimio qué sea. Y en ese rumiar esta la clave de como nos sentimos, esta por supuesto la interpretación que nos ayuda o nos destruye
Atenas (06773)18 de mayo de 2025 - 01:08 a. m.
¡Qué columna más profunda, patidifuso quedé!, tuquia de lugares comunes a raíz del uso desmedido de simples herramientas de trabajo, o del celular en este caso, y asunto del cual estamos hasta la coronilla. Y con ella, con la columna se sobreentiende, evita este petrista consumado referirse al caos de este circo de su falso mesías. Actitud esta q’ están adoptando otros frondios opinadores de EE en vista del colapso del país o forma de enterrar la cabeza en la arena pa no ver la realidad.Atenas.
Julio Enrique Galán Roa(83619)17 de mayo de 2025 - 11:07 p. m.
Chévere la experiencia
  • Atenas (06773)18 de mayo de 2025 - 01:09 a. m.
    Cuán fácil es embolatar a tantos tontines. Atenas.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.