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Vértigo

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Juan Carlos Bayona Vargas
16 de noviembre de 2024 - 04:00 p. m.
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Vamos muy rápido. En todo. La velocidad para conducir, para comer, para amar o para llegar a alguna parte impone su dominio. Casi para todo vamos rápido. Porque sí. Vamos a toda. No aguantamos una fila. Menos un semáforo. En rojo, se entiende. Hace unos años caminando por ahí leí en la camiseta de una muchacha: busco relación estable para esta noche. La ocurrencia, aunque muy divertida, no puede ser convertida en el signo de los tiempos. Hasta tenemos forma de escuchar más rápido los audios que nos dejan en el teléfono, sin saber qué haremos con el pequeño tiempo que nos sobró. Es compulsivo. Todo se nos está volviendo compulsivo. Hay que comprar, hay que vencer, hay que triunfar, hay que gastar, hay que vivir rápido que esto es muy corto. Parecemos cuerpos expulsados de nosotros mismos. Y compulsivo es sinónimo de obedecer órdenes de quién sabe quién y quién sabe por qué. ¿Que exagero? Quizás, pero no mucho.

Y la escuela se debate en esa atmósfera plena de automatismo y banalidad. Una de sus más visibles consecuencias es su dependencia desequilibrada de lo tecnológico, de lo efímero, de lo material, del fuego de artificio. Come mucho cuento. Por eso abogo por una escuela lenta. Sí, lenta, literal y metafóricamente. Una escuela que siente a sus estudiantes más veces en circulo que en las clásicas hileras del aula frontal. ¿Y para qué? Pues para que se vean los ojos y no la nuca. Para que aprendan a colaborar antes que a competir. Hay metodologías muy exitosas de trabajo cooperativo donde las personas nos acostumbramos a pedir ayuda y a escuchar a los otros. Una persona educada se distingue porque pide ayuda y sabe escuchar. Porque sabe que nadie puede solo. En cierto sentido, una persona educada detiene el tiempo.

Abogo por una escuela interdisciplinaria donde los saberes sean valorados institucionalmente en su conjunto, y no existan unos más serios que otros, porque todos, sin excepción, contribuyen a formar el carácter de cada quien y a moverlo del punto inicial en donde arrancó.

No nos detenemos a pensar si lo estamos haciendo bien o mal. No hay tiempo que perder. Hacemos. Competimos. Nos embarramos en el lodo de salir airosos de todo como sea, mientras vamos pregonando que el que más rápido corre más rápido llega, o el que más pronto se arrodilla más rápido se confiesa. Niños del Cielo, una película iraní de hace casi tres décadas, nos demostró que el segundo lugar puede ser más importante que el primero. La compulsión por ganar y sacar el máximo provecho de todo cuanto hacemos, permeó la escuela y la convirtió en un campo de competencias, no en un escenario para pensar, conversar, jugar, prepararse, expresarse, y construir relaciones duraderas con los amigos que me acompañen toda la vida.

Hace más de tres siglos, el poeta Quevedo escribió estos versos que ahora llegan a mi memoria sin pedirlo: Rosal menos presunción, dónde están las clavelinas, pues serán mañana espinas, las que ahora rosas son.

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Atenas(06773)17 de noviembre de 2024 - 03:24 p. m.
Ehh, qué impía columna o columnista, q’ así como desacredita los afanes de los tiempos q’ corren y pa lo cual sugiere como eficaz remedio las tareas o ejercicios q’ pa el efecto se instrumenten en la escuela o en la educación q’ es lo mismo, pero sin hacer alusión a lo q’ en nuestro caso o país es una peste: el daño q’ en tal sentido causa Fecode, pues xq’ si lo hace o los menciona, se jode.Él es un petrista consumado, o secreto socialista, en sus 1ªs columnas aquí, peló el cobre. Atenas.
ANA(11609)17 de noviembre de 2024 - 12:29 p. m.
Totalmente de acuerdo, señor Bayona. “Del afán, solo queda el cansancio”.
Hernando(58851)16 de noviembre de 2024 - 11:46 p. m.
Muy cierto su planteamiento, profesor Bayona; la competencia mal practicada, se torna peligrosa. NO HAY LUGAR MÁS INDICADO para enseñar a competir, que el colegio.
jorge(3766)16 de noviembre de 2024 - 10:13 p. m.
De acuerdo.
German(4qy8g)16 de noviembre de 2024 - 09:00 p. m.
Buena esa, Ovejo
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