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Las hojas muertas

Juan Carlos Bayona Vargas

30 de agosto de 2025 - 10:13 a. m.

En 1984, el célebre cantante y actor francés, de origen italiano, Ives Montand, concedió una entrevista a la televisión en la que dejó claro que detestaba el fascismo de la derecha, pero también el de la izquierda. Teniendo en cuenta que había sido un militante activo, pero no dogmático del partido comunista de su país, se le fueron encima y sin piedad lo acusaron de apoyar a Ronald Reagan, quien para la época fungía desde la Casa Blanca blandiendo la espada de la derecha republicana. Unos años atrás, había ofrecido un concierto en el mítico Olimpia de París, como solidaridad para los chilenos en el exilio, pero igual no le perdonaron su crítica a la izquierda recalcitrante.

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Se defendió entonces con un argumento sorprendentemente actual y sólido para haberse desencantado: la diferencia es que Reagan puede ser cambiado y los dirigentes soviéticos del kremlin no. Igual que hoy, cuarenta años después. ¿Por qué, se preguntaba, si no aceptamos a Pinochet, deberíamos aceptar a Jaruzeslski, el sátrapa polaco? Es increíble constatar cómo hay gente que no le quitaría un ala a una mosca, pero apoya sin reservas el genocidio de Netanyahu en Gaza o transige con el tirano de la hermana República. Lo cierto es que, cinco años después de sus declaraciones, el muro de Berlín se vendría abajo, por fin, dejando desnudas las miserias del comunismo y la avidez insaciable del capitalismo. Las dos cosas por igual.

Tal vez hoy ya nadie se acuerde de Montand o escuche sus canciones, vea sus películas, y aún menos, le importen sus declaraciones de hace cuarenta años. Yo, que estudio con tanta frustración como alegría el piano, e intento tocar quizás la balada que lo hizo más famoso, Les feuilles mortes, llegué a su entrevista por casualidad y al instante me llamó la atención por una razón: no creo que estemos condenados a los extremos; no es cierto que, como dicen los comentaristas especializados en política, entre quienes, por supuesto, no me encuentro, el centro del espectro político será engullido vorazmente por los magnetos de los extremos, y que no le quedará más remedio que unirse a uno de ellos si no quiere desaparecer. No lo creo.

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Traída a hoy, a nuestro patio nacional, la postura de Montand arroja luces para entender la increíble rapiña de los precandidatos de la izquierda y de la derecha colombianas para ser ungidos como el candidato de uno de los extremos. Se detestan entre todos. Se acusan los unos a los otros. Se miran con desconfianza. Y el centro. ¿Dónde está el centro? El centro no significa tibieza o candor, mucho menos es sinónimo de debilidad o neutralidad. Es justamente, como si la sensatez, la mesura y la serenidad de los espíritus no fueran una fortaleza deseable y bienhechora.

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