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Después de cuatro años de una ardua y minuciosa investigación, se publicó en la pasada Feria del Libro de Bogotá, la obra que da nombre a esta columna. Con un prólogo de Federico Rossi, y la coordinación académica de Víctor Barrera, se publica bajo los auspicios del CINEP, una institución seria y que ha construido su credibilidad durante más de 50 años.
Escrito por varios investigadores y todo un grupo humano de respaldo a su labor, el volumen supone un ejercicio académico y de campo lo suficientemente amplio y juicioso para hacer claridad sobre varios de los discursos y las narrativas que circularon cuando Colombia vivió el estallido social de 2021. Lo importantes es que deja sobre la mesa una posición objetiva de las interacciones que se crearon entre los manifestantes, la fuerza pública, el gobierno nacional, los gobiernos locales y regionales y la ciudadanía en general.
Los autores, para empezar, reconocen sin ambages que las categorías teóricas clásicas para entender el movimiento social, que supuso una enorme disrupción, son insuficientes para explicar una lucha que no tenía que ver con un terrorismo organizado, ni estaba liderada por los sospechosos de siempre, como se quiso hacer ver por amplios sectores del gobierno del presidente Duque, en particular el ministro de Defensa, Diego Molano.
De hecho, al decir de los autores, el estallido supuso el despertar de la imaginación política de miles de jóvenes que, de manera espontánea, salieron a la calle exhaustos por la falta de oportunidades para vivir dignamente la vida, y las insoportables precariedades que se venían gestando desde antes de la pandemia.
No son menores los datos, suficientemente comprobados, que el COVID-19 afectó más a los estratos populares y a las poblaciones más vulnerables de la sociedad. El estallido convocó diversas multiplicidades de descontentos estructurales, que intentaban articularse en medio de una gran heterogeneidad que lo conformaba desde un principio. El libro da cuenta de ese proceso, y centra el estudio del estallido en Bogotá, Cali y Palmira, para mostrar cómo en cada una de estas ciudades la respuesta oficial fue muy diferente y los desarrollos del estallido condujeron a consecuencias diversas. Para poderlo demostrar, despliega una bibliografía académica, periodística y de muchos de sus protagonistas, que le da sobrada solidez a su escritura.
Es fácil inferir que, a pesar de los esfuerzos estatales, las complejas causas que desataron las dinámicas de la movilización social que hizo que Colombia se tomara las calles permanecen más o menos iguales a las de hace cuatro años. Eso es grave.
Además, el libro demuestra cómo la brutal represión estatal no hizo nada distinto que avivar la resistencia y cohesionar un movimiento disperso y que solo en sus comienzos estuvo asociado a las centrales obreras y a las organizaciones sindicales. El rompecabezas, que intentan armar los autores, iba ofreciendo sus piezas en la medida en que la enorme heterogeneidad se iba aquilatando con el paso de los días y las semanas.
Fueron jóvenes, en su gran mayoría desprovistos de presente y de futuro, los que se jugaron sus vidas y pusieron más el cuerpo que cualquier ideología con la que se les quiera asociar. Los dilemas que estuvieron siempre en movimiento, para los autores, y que les ayudaron a orientar su investigación, fueron tres: sobrevivir, negociar y coordinarse. No hubo, de acuerdo con los autores, un plan previo de acción y no se trataba en ningún sentido de derrocar al estado. El asunto era reclamar a como diera lugar condiciones de vida dignas. Así de simple, así de claro.
Hay que ser muy necio o muy cínico para creer que la estigmatización de la protesta como fruto de un terrorismo organizado y planeado deslegitimaría el estallido. Después de leer libro, se demuestra con un trabajo de campo impresionante que no fue así. Insiste en que buscar en los sospechosos de siempre la razón de semejante estallido es, simplemente, no entender nada. La verdad, es que las causas del estallido se estaban cocinando desde años atrás, en especial con el paro nacional de 2019, y fueron activadas con la propuesta de reforma tributaria del ministro Carrasquilla, en un país devastado en ese momento por la pandemia universal. Lo preocupante es que pareciera que ya se nos olvidaron los cientos de miles de trapos rojos que asomaban su cara de hambre en las ventanas de los más pobres.
Recomiendo su lectura, porque es frecuente que las miradas académicas de la realidad se ensimismen y acaben siendo más crípticas que esclarecedoras. En este caso no. Aquí la academia, sin perder su propia naturaleza, logra que el lector comprenda con profundidad un movimiento social que señaló un hito en la historia contemporánea de nuestro país. Pero más que eso, después de su lectura, entiende uno el dolor y ratifica que está ahí, en medio de todos, esperando todavía a ser reparado.
