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El infravalorado oficio de acompañar

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Juan Carlos Bayona Vargas
19 de diciembre de 2025 - 08:55 p. m.
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Vuelvo a tocar el piano después de tres meses de receso total. Mi profesor, paciente y amoroso, me dice que los dedos tienen memoria, que ya volverán a ir solos, me asegura. Yo me fustigo y le digo que es muy tarde ya para volver a intentar aprender. Un viaje me alejó de mi piano y de la rutina de tocarlo casi todos los días, así fuera por unos minutos, y mientras estuve por fuera no me quedó más remedio que anhelar tocar uno. Mi joven maestro me anima, y me va llevando, como un ciego que atraviesa una calle, de su mano y de la mano de la partitura.

Al cabo de un rato de sesión, de repente empiezan mis manos a recordar el camino. Es milagroso. Platón tenía toda la razón: aprender es recordar, mucho más cuando en algún momento ya lo habías aprendido. Y si no lo sabías porque nadie te lo había enseñado, cuando lo aprendes, lo haces porque estaba en ti. El maestro, simplemente, te acompañó a descubrirlo y te señaló el camino. Y dejó el placer de conocer, de aprender, a veces muy breve, para el solaz de tu sin par espíritu.

Es hermoso constatar cómo nadie queda inmune si aprendió alguna vez algo y no lo recuerda bien o incluso muy poco o casi nada. Queda siempre el placer de haberlo aprendido, y lo que significó y significa a pesar del paso del tiempo. En mi caso, con las precarias habilidades que dispongo para tocar el piano, unido ese hecho incuestionable a un interés que tardíamente he decidido enfrentar, no son suficientes para deshacer por completo las ganas de aprender que, a pesar de las nieves del tiempo al decir del tango, están intactas.

Pienso en una pedagogía de la intención antes que una pedagogía del resultado. Ello no significa que no haya que, para el caso de mi piano y yo, aprender a tocarlo y que suene lo mejor que pueda. No hay buen poeta inédito, o buen escultor sin esculturas, o buen delantero sin goles, o buen alfarero sin sus objetos. Pero no puede el maestro, si quiere acompañar de verdad un proceso de aprendizaje, reducir el aprendizaje al producido, o mejor, al producto y al éxito que, a los ojos de los demás, le puedan dispensar. Claro que lo que uno aprende debe, en alguna medida, servirle para algo en su vida. Pero nadie sabe muy bien de qué manera. Y en todo caso, sería estrechar demasiado el horizonte si los resultados acaban siendo el fin último de aprender algo. Hay un mundo misterioso e inmenso que está entre el deseo de aprender y lo verdaderamente aprendido. Lo valioso está en todas las cosas que ocurren mientras intentas aprender algo: hacer que exista para ti.

Por eso me esfuerzo en tocar el piano a pesar de las dificultades, o justamente gracias a ellas, y a mi joven y sensible profesor que me acompaña, y que hace que cada vez suene un poquito mejor. A veces uno que otro acorde se me asemejan a una pequeña oración hacia algún Dios desconocido. Al menos para mí que es al fin de cuentas lo que importa.

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Francisco Javier Ramos Stevens(ey4ig)Hace 1 hora
La ambición ha de estar en el camino, el resultado será consecuencia de ese caminar, gracias por esta columna
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