Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Así no

Juan Carlos Bayona Vargas

05 de julio de 2025 - 07:18 p. m.

Hace décadas, cuando empezaba mi andadura de educador, un colega me dijo “espérese un poquito para que se dé cuenta que se metió a uno de los dos oficios más ingratos del mundo: maestro o director técnico de un equipo de fútbol”.

PUBLICIDAD

Con el tiempo, muy pronto me di cuenta de que no le faltaba razón. Y como a todos mis colegas, me empezaron a llover las críticas. Pero no me amilané. Seguí llenando de helio puro mi vocación. Y la verdad es que a los seres humanos nos fascina criticar. Por todo y a todo. Es más fácil.

Y criticar a los maestros de nuestros hijos se ha ido convirtiendo en un atajo natural del espíritu contemporáneo. Entender es más difícil, porque entender supone mirar en derredor, y aceptar nuestras propias goteras, nuestros propios errores y miedos. Dejar de señalar con el índice inquisidor de nuestra mano de jueces de prestado contribuiría mucho a generar confianza entre los maestros y la sociedad, y de paso, a no caer en el juego autoritario del primer impulso de nuestro lóbulo frontal.

Con esto no disimulo o minimizo los yerros que tenemos los maestros. Que son muchos. Pero tampoco oculto nuestro agotamiento. Somos responsables de lo que les sucede a nuestros estudiantes. Pero no somos los únicos, pues están expuestos a influencias muy poderosas allende los muros de la escuela, y nuestra responsabilidad es subsidiaria, en muchos aspectos, a la responsabilidad primigenia de las familias.

Casi de la noche a la mañana nos hicimos responsables de todo: sus modales, su formación ética, su conocimiento de las ciencias, los números, las artes, las letras, los hábitos básicos, su educación sexual, tecnológica, financiera y hasta de que aprendan a comer bien y sano, y mandarín, y robótica, pero también diseño de computadores, y física cuántica, y de paso, y no menos importante, encuentren su papel en el universo. No se descansa en las escuelas como parte de sus propios proyectos, no se sale a caminar, no se contempla el mundo por el puro gusto de contemplarlo, se prepara, en últimas, para el trabajo, para la sacrosanta competencia y la obsesiva productividad, para el infaltable rendimiento.

Read more!

Hace poco en el colegio que dirigía en Casanare, guindé varias hamacas para que los estudiantes, simplemente, sestearan y conversaran con sus pensamientos. Fracasé. Al cabo de algunas semanas a muchas familias les parecía una pérdida de tiempo, un contrasentido escolar. Así es la cosa.

Lo cierto es que mientras todo este amasijo de ideales es impuesto en su mayoría desde fuera de la escuela por una sociedad compulsiva, he sido testigo muchas veces de la clásica saeta puntiaguda que cuando un estudiante se destaca u obtiene logros se debe al despliegue de sus talentos naturales, y cuando no, es causa de la torpe mano del docente. Y ni lo uno ni lo otro son verdad.

El maestro no puede aspirar a un ciento por ciento de éxito en su tarea, quizás ninguna empresa humana por nuestra propia naturaleza pueda hacerlo. Dos cosas muy diferentes son el ideal educativo y la posibilidad real de educar a una persona.

Mi inolvidable maestro, Agustín Nieto Caballero, definía el grado de educabilidad como diferente en todos los estudiantes y la plasticidad educativa tan variable como nuestra condición de seres vivos. De ahí la necesaria ductilidad de los currículos y su enraizamiento en los intereses más personales.

Read more!

Si bien el poder de la educación no está por encima de los límites de la capacidad del educando, ese hecho no obsta para que el educador se valga siempre de cualquier ocasión que pueda servirle para intentarlo. He ahí el centro de gravedad de nuestra misión.

No ad for you

Por eso duele la crítica permanente y silvestre. Los cuchillos del decir son los que llegan más hondo, sentenciaba George Steiner. Soy consciente de la mediocridad de muchos maestros. Eso es inocultable. También lo soy (en el sentido exacto en que lo he vivido), en que muchos llegaron a la escuela sin conocer el oficio y sin vocación. Y pelecharon. En las burocracias oficial y privada. Pero la mayoría es otra cosa.

Y a ella me refiero. Hay miles estudiando, formándose, tratando de no cometer los mismos errores, intentando prepararse mejor para entender el laberinto contemporáneo de educar. No es grato escuchar sin anestesia y con cierta frecuencia en las familias del sector privado, que para eso nos pagan (aunque sea cierto), y en el sector oficial que son una masa de incompetentes, por parte de quien nunca ha tenido a su cargo a 40 o más adolescentes en 50 metros cuadrados.

La crítica también puede ser bienhechora si se plantea desde las corresponsabilidades comunes. No es lo usual. Lo usual es que la lancen a la batahola del carnaval nacional sin que nadie se acuerde de que, por ejemplo, a pesar del esfuerzo del estado colombiano y de muchos gobiernos, aún tenemos una de las tasas más altas de la OCDE en materia de densidad estudiantil, y que persisten deficiencias importantes en la ruralidad de nuestro país, en infraestructura, saneamiento básico, agua potable, vías de acceso y alimentación escolar. Nos sentiríamos menos solos si nos acompañaran un poco más y nos señalaran menos.

No ad for you

No ocultamos nuestros yerros ni se los endosamos a otros. Pero menguaría este sentimiento de zozobra que a veces nos pesa, si sintiéramos que todos somos socios naturales de un proyecto de nación. Lo otro es esperar a que el director técnico del equipo de fútbol oficie la misa, recoja la limosna, bata el incensario, repique las campanas, guíe la procesión y, claro, meta los goles. Y no. Así no es.

Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.