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La adolescencia de Netflix

Juan Carlos Bayona Vargas

26 de abril de 2025 - 01:00 p. m.

Una especie de etapa intermedia entre la pubertad y la edad adulta, es como define el diccionario la adolescencia. Me inclino por definirla como una etapa sorpresiva de llenura, no de carencia, ni mucho menos intermedia, pues no es sino ver la cantidad de adultos que se comportan como adolescentes.

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A un adolescente no le falta nada. Cree tenerlo todo. Es un semidiós. El saber, el poder, la fuerza, la independencia, la inteligencia, la belleza, el arrojo, el control de su vida, lo acompañan de repente, para no nombrar sino algunos de los favores divinos con los cuales ha sido ungido. En todo caso, es un período fascinante. Una primavera imprevista. Y razón no les falta. En cierto sentido, es muy difícil razonar con un ser humano que se acuesta en la madrugada y muy pocas horas después se levanta a jugar fútbol, a estudiar, y luego a correr 10 kilómetros.

Pero la biología tiene otros mandatos, tanto como los tiene la psique. Muy pronto se dará cuenta de que su propia identidad está vinculada con la manada de la que también hace parte, más de lo que imaginaba, y de que el Olimpo no le iba a prestar sus tesoros, reservados a los verdaderos dioses y no a los vulnerables mortales, sin haber hecho nada para merecerlos. Comprende que no puede solo. Y aparecen entonces las imperfecciones, las preguntas, los vacíos de ser, el tedio, la no aceptación, la condición humana en toda su extensión, en medio del esplendoroso sol de la vida, y el polen que, por doquier, excita los sentidos.

Si es un adolescente hombre, la cultura le reforzará su virilidad donjuanesca y sus conjuntos. No en todos los casos, por supuesto. Y si es mujer, su aura de abeja reina. No en todos los casos, por supuesto, tan solo en aquellos en los que hayan confluido una serie de factores familiares, personales, escolares y sociales. Menos mal, la concepción binaria de los sexos y el género ya no está atada a una simple relación causal para la construcción de la identidad. Ese hecho inocultable amplía la conversación.

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Claramente, la serie de Netflix ha escogido la parte oscura de la película de la adolescencia para hacer la suya. En eso se enfocan. Y se comprende que la serie haga converger todos los lados oscuros de sus protagonistas. Es su apuesta. Pero no solo eso. Ha construido, muy convincentemente, sus escenas más escabrosas y dolorosas para hacernos creer que es lo único que hay. Jamás diría que sea ficción lo que nos cuenta y la forma vertiginosa como lo hace. Jamás diría que no es verdad, que estamos cerca de todo cuanto dice. Y es perfectamente plausible argumentar que hay crímenes que podrían tener como victimario y como víctima a chicos adolescentes en plena ebullición. También es verdad que hay mundos submarinos que corren paralelos al mundo de la escuela y de sus estudiantes y que son muy poderosos. Y son justamente esos mundos los que tenemos que entender y desenmascarar como adultos y como educadores. Comprendo el llamado urgente que la serie nos hace a todos.

Sin embargo, dicho todo lo anterior, quedé devastado por el sesgo adolescente de la propia película. ¿Dónde está la fuerza de la escuela en la película? ¿Dónde, la fuerza y el compromiso de sus maestros y maestras? ¿Dónde, el papel de los compañeros que no han sucumbido a la espiral de las redes y que las miran críticamente? Porque todo eso también existe. Y la película lo ignora o apenas lo menciona para hacerlos ver derrotados, inanes.

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Con solo mencionarlos un poco, equilibraría toda su puesta en escena y la haría menos adolescente. No hay un solo consejo de maestros, una asamblea de estudiantes, unas jornadas de reflexión, una política escolar antibullyng en marcha, un solo maestro o maestra escuchando a sus estudiantes, reconociendo el dolor y la soledad. Nada. La serie pasó por alto todo eso. ¿Dónde está la solidaridad de las familias? ¿Dónde, sus esfuerzos y desvelos? Es como si todo lo que hacemos para entender y orientar el fenómeno contemporáneo del internet y las redes sociales simplemente no existiera. ¿O es que acaso no hacemos esfuerzos permanentes en la escuela para desnaturalizar el acoso?

Insisto, aunque Jamie Miller y Katie Leonard no son personajes de cartón paja, hay también otras historias. Muy cerca de Jamie, por ejemplo, está su hermana Lisa, que navega tranquila su propia adolescencia. Es bueno declarar que hay otros finales y no solamente este. Y creo que hay que volverlo a decir. Aunque no aparezca, aunque no se cuente a tiempo.

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