Groucho Marx, el inolvidable actor cómico, acuñó entre otras muchas frases, aquella de que jamás sería miembro de un club que lo aceptara a él como uno de sus socios. La ocurrencia se me vino a la cabeza cuando me enteré de la noticia, por demás lamentable, de que una señora airada, en compañía de su marido, le reclamó al exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, por su presencia en un club social de Bogotá. No conozco a la señora, ni al exalcalde, ni mucho menos al socio que lo invitó a almorzar en compañía de su familia, y además no importa. Quizás lo mejor sea no tomarse en serio el incidente y quedarse con el aforismo de Marx. Sin embargo, en gracia de discusión, si a la señora le resulta antipático el señor Quintero, o no está de acuerdo con su posición política, o lo que sea, y siente que se lo debe decir, pues que se lo diga y ya. Quintero, como figura pública que es, debe estar acostumbrado a las felicitaciones tanto como a los vituperios. Incómoda y difícil la escena, pero digamos que hasta ahí, pasa.
Lo complejo y doloroso fue la comparación que la señora le espetó al exalcalde. ¿Quién dejó entrar a esta indiamenta? Algo muy parecido a eso. Que una señora señale de indio a otro ser humano como una forma de insulto es devolvernos quinientos años al período colonial, cuando para los conquistadores los aborígenes americanos eran unos salvajes, sin alma, sin Dios, sin Ley, a los que había que adoctrinar o aniquilar. Como en efecto pasó. Tal vez la señora no sea del todo consciente de que su comparación ofende a millones de personas por el solo hecho de ser indígena. ¿Qué pensarán sus hijos y sus nietos?
Además, se lo está diciendo a un tipo blanco como ella, alto, de pelo castaño, barbado, y que habla castellano como ella. Raro en todo caso. Traer a cuento a los primitivos pobladores del continente para insultar a un par. El lenguaje nombra y al nombrar señala o condena como en este caso. Es probable que ese mismo domingo la buena señora se haya arrodillado ante su Dios para pedirle que la salve a ella y al país de tanto indio disfrazado de blanco, de blanco de mentiras, no como ella, que sí es blanca de los de verdad.
Yo lo que creo es que les debe una disculpa a los indígenas, entre quienes, con seguridad, la buena señora tendrá un pariente lejano. Pero pariente, al fin y al cabo.